netogrimald
Miembro de la Vieja Guardia
no sé que pelicula es Speedy, pero debe ser algún documental mas que largometraje... , pero no estoy seguro... lo que sí es que lo he visto ya unas 10 veces en estos días...
Bueno, aquí dejo unas notas con bibliografías y datos contundentes de lo que pasó después de la Batalla de El Álamo, y de lo sucedido en Goliad, donde se dio muerte a norteamericanos tomados prisioneros.
Aquí dejo una nota muy interesante, que bajé de internet.
Revista PROCESO NO. 1376, MARZO 2003
El Santa Anna apasionado de González Pedrero
El episodio de la mulata que lo hizo perder
Roberto Ponce
El 21 de abril de 1836, el general Antonio López de Santa Anna se recostó a la sombra de unos árboles en San Jacinto, Texas, y según afirma en su diario de batalla, estaba “fatigado por haber pasado la mañana a caballo y desvelado de la noche anterior... dormía profundamente”.
De esta manera fue capturado por las fuerzas independentistas de Sam Houston, apoyadas por Estados Unidos, a poco más de un mes que Santa Anna y su ejército salieran victoriosos de la batalla de El Álamo. Desde entonces, ha sido un misterio para los historiadores el motivo por el cual el calculador Santa Anna se descuidó tanto aquel día fatal en que fuera tomado preso.
A estos sucesos y personajes que hacen volar la imaginación, Enrique González Pedrero dedica buena parte de la investigación que integra el capítulo XIX —“El revólver más rápido de Texas”—, de la biografía dedicada a Antonio López de Santa Anna cuyo segundo tomo (852 páginas) está por ver la luz en el Fondo de Cultura Económica: País de un solo hombre: el México de Santa Anna (Vol. II. La sociedad del fuego cruzado 1829-1836).
El episodio intriga de tal manera a González Pedrero (quien ha sido además director del FCE, gobernador de Tabasco e investigador del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM), que llega a cuestionarse en voz alta para el apartado “El muerto” (páginas 629 a 631):
“¿Qué le ocurrió? ¿Qué lo empujó a dormir cuando debía estar más despierto que nunca? Y cuando despertó, ¿qué lo hizo quedarse inmovilizado por un buen rato, mientras la caballería texana al mando de Mirabeau Buonparte Lamar hacía destrozo y medio en el campamento mexicano, en vez de saltar como un león sobre su presa y vencer o morir en la pelea?
“...Después de San Jacinto, no le queda más que asumirlo: con todas sus prendas y virtudes, es un simple mortal. Tiene pues que ingeniárselas, como cualquiera, para seguir viviendo. La culpa de lo ocurrido es de los otros. Reparte culpa a diestra y siniestra y está listo, otra vez, para vivir, con la avidez de siempre. Corre, pues, junto con las otras sombras, se tropieza porque la luna es pálida... ¡Si tan sólo alcanzara a llegar a juntarse con las tropas de Vicente Filisola! Pero a cada nuevo tropezón, la evidencia se imponía. San Jacinto no era Tolomé. Texas no era Veracruz, ¡qué más hubiera querido! Poco a poco, con la fatiga de aquel andar más desesperanzado, con el cansancio lo invadió una especie de resignación... Su afán de sobrevivir debe haberle inyectado nuevos ánimos: ‘¡No te desanimes, carajo, que tú sabes cómo salir bien de lo imposible!’”
Dichas reflexiones emotivas interpretan las gestas y la personalidad fascinante y contradictoria de Su alteza serenísima, al tiempo que atan cabos en una investigación exhaustiva, llenando la épica que desemboca en la guerra entre México y Estados Unidos de 1847 a 1849, que culminará con la invasión de los Palacios de Moctezuma en la capital mexicana y la firma de los Tratados de Guadalupe-Hidalgo. Pero González Pedrero no aborda esos años dramáticos en el segundo volumen, y termina el epílogo con la frase:
“El 21 de febrero de 1837 Santa Anna sintió que ese fausto día, a su regreso al solar patrio, volvía a nacer.”
El episodio de la captura de Santa Anna en 1836 lo recoge González Pedrero con las versiones del lado mexicano aportadas por el cabo Bernardino Santa Cruz y del granadero Toribio Reyes, coincidentes con la del cabo Juan Reyes (“la declaración más completa” de cómo el presidente Santa Anna fue sorprendido), además de la del propio generalísimo; pero también incluye aquellas de los vencedores.
Tal es el caso de la historiadora Louise Gibson en el capítulo siguiente “Después de San Jacinto” , que deja a Santa Anna muy mal parado. A decir de González Pedrero, “su bien documentada tesis de maestría” acusa que unos exploradores comandados por el coronel Edward Burleson lo hallaron escondido entre la hierba con el rostro oculto entre las manos. Un par de veces lo instaron a que se levantara y cuando lo hizo, avanzó hacia ellos con intención de estrecharles la mano; hasta les ofreció un valioso reloj con intención de ganárselos. Dijo entonces que era un soldado raso, “ayudante de Santa Anna”; pero cuando lo llevaban preso, otros mexicanos capturados lo reconocieron exclamando: “¡El Presidente Santa Anna!” (página 636).
Una interpretación más de los escritores estadunidenses revela cierta historia por demás picante, pues detrás del error de Santa Anna existió supuestamente un motivo que se añadió a la fatiga física de sus tropas y de Su Excelencia, que recoge González Pedrero como una versión de la caída de Santa Anna: el lance amoroso que tuvo con una mujer, de la que se prendó irremediablemente en las inmediaciones de San Jacinto, “Emily Morgan, que luego, convertida en leyenda, se volvió la Yellow Rose of Texas (La rosa amarilla de Texas), canción que con el tiempo tornose en una marcha muy popular” y llegó a interpretar el rocanrolero Elvis Presley.
Bueno, aquí dejo unas notas con bibliografías y datos contundentes de lo que pasó después de la Batalla de El Álamo, y de lo sucedido en Goliad, donde se dio muerte a norteamericanos tomados prisioneros.
Aquí dejo una nota muy interesante, que bajé de internet.
Revista PROCESO NO. 1376, MARZO 2003
El Santa Anna apasionado de González Pedrero
El episodio de la mulata que lo hizo perder
Roberto Ponce
El 21 de abril de 1836, el general Antonio López de Santa Anna se recostó a la sombra de unos árboles en San Jacinto, Texas, y según afirma en su diario de batalla, estaba “fatigado por haber pasado la mañana a caballo y desvelado de la noche anterior... dormía profundamente”.
De esta manera fue capturado por las fuerzas independentistas de Sam Houston, apoyadas por Estados Unidos, a poco más de un mes que Santa Anna y su ejército salieran victoriosos de la batalla de El Álamo. Desde entonces, ha sido un misterio para los historiadores el motivo por el cual el calculador Santa Anna se descuidó tanto aquel día fatal en que fuera tomado preso.
A estos sucesos y personajes que hacen volar la imaginación, Enrique González Pedrero dedica buena parte de la investigación que integra el capítulo XIX —“El revólver más rápido de Texas”—, de la biografía dedicada a Antonio López de Santa Anna cuyo segundo tomo (852 páginas) está por ver la luz en el Fondo de Cultura Económica: País de un solo hombre: el México de Santa Anna (Vol. II. La sociedad del fuego cruzado 1829-1836).
El episodio intriga de tal manera a González Pedrero (quien ha sido además director del FCE, gobernador de Tabasco e investigador del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM), que llega a cuestionarse en voz alta para el apartado “El muerto” (páginas 629 a 631):
“¿Qué le ocurrió? ¿Qué lo empujó a dormir cuando debía estar más despierto que nunca? Y cuando despertó, ¿qué lo hizo quedarse inmovilizado por un buen rato, mientras la caballería texana al mando de Mirabeau Buonparte Lamar hacía destrozo y medio en el campamento mexicano, en vez de saltar como un león sobre su presa y vencer o morir en la pelea?
“...Después de San Jacinto, no le queda más que asumirlo: con todas sus prendas y virtudes, es un simple mortal. Tiene pues que ingeniárselas, como cualquiera, para seguir viviendo. La culpa de lo ocurrido es de los otros. Reparte culpa a diestra y siniestra y está listo, otra vez, para vivir, con la avidez de siempre. Corre, pues, junto con las otras sombras, se tropieza porque la luna es pálida... ¡Si tan sólo alcanzara a llegar a juntarse con las tropas de Vicente Filisola! Pero a cada nuevo tropezón, la evidencia se imponía. San Jacinto no era Tolomé. Texas no era Veracruz, ¡qué más hubiera querido! Poco a poco, con la fatiga de aquel andar más desesperanzado, con el cansancio lo invadió una especie de resignación... Su afán de sobrevivir debe haberle inyectado nuevos ánimos: ‘¡No te desanimes, carajo, que tú sabes cómo salir bien de lo imposible!’”
Dichas reflexiones emotivas interpretan las gestas y la personalidad fascinante y contradictoria de Su alteza serenísima, al tiempo que atan cabos en una investigación exhaustiva, llenando la épica que desemboca en la guerra entre México y Estados Unidos de 1847 a 1849, que culminará con la invasión de los Palacios de Moctezuma en la capital mexicana y la firma de los Tratados de Guadalupe-Hidalgo. Pero González Pedrero no aborda esos años dramáticos en el segundo volumen, y termina el epílogo con la frase:
“El 21 de febrero de 1837 Santa Anna sintió que ese fausto día, a su regreso al solar patrio, volvía a nacer.”
El episodio de la captura de Santa Anna en 1836 lo recoge González Pedrero con las versiones del lado mexicano aportadas por el cabo Bernardino Santa Cruz y del granadero Toribio Reyes, coincidentes con la del cabo Juan Reyes (“la declaración más completa” de cómo el presidente Santa Anna fue sorprendido), además de la del propio generalísimo; pero también incluye aquellas de los vencedores.
Tal es el caso de la historiadora Louise Gibson en el capítulo siguiente “Después de San Jacinto” , que deja a Santa Anna muy mal parado. A decir de González Pedrero, “su bien documentada tesis de maestría” acusa que unos exploradores comandados por el coronel Edward Burleson lo hallaron escondido entre la hierba con el rostro oculto entre las manos. Un par de veces lo instaron a que se levantara y cuando lo hizo, avanzó hacia ellos con intención de estrecharles la mano; hasta les ofreció un valioso reloj con intención de ganárselos. Dijo entonces que era un soldado raso, “ayudante de Santa Anna”; pero cuando lo llevaban preso, otros mexicanos capturados lo reconocieron exclamando: “¡El Presidente Santa Anna!” (página 636).
Una interpretación más de los escritores estadunidenses revela cierta historia por demás picante, pues detrás del error de Santa Anna existió supuestamente un motivo que se añadió a la fatiga física de sus tropas y de Su Excelencia, que recoge González Pedrero como una versión de la caída de Santa Anna: el lance amoroso que tuvo con una mujer, de la que se prendó irremediablemente en las inmediaciones de San Jacinto, “Emily Morgan, que luego, convertida en leyenda, se volvió la Yellow Rose of Texas (La rosa amarilla de Texas), canción que con el tiempo tornose en una marcha muy popular” y llegó a interpretar el rocanrolero Elvis Presley.