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La Guerra de Los Cristeros

Cartas inéditas de Gorostieta, el líder cristero

Juan Alberto Cedillo
11 de mayo de 2012 · Sin comentarios
Reportaje Especial

MONTERREY, N.L. (apro).- “Dormir en el suelo, tener que caminar mucho, hoy desayunar y no cenar hasta el día siguiente, pero ya tu sabes que eso para mí son tortas y pan pintado”, escribió Enrique Gorostieta Velarde desde el campamento cristero a su esposa Gertrudis, a quien de cariño llamaba Tulita, en una de las inéditas cartas que pronto serán publicadas.

En la opinión del historiador Jean Meyer, esas misivas “modifican radicalmente lo que sabíamos” del general que encabezó la Guerra Cristera.

Se trata de 22 cartas que escribió desde el cuartel general de El Triunfo el “generalísimo” jefe Supremo de la Guardia Nacional a su esposa Gertrudis Lazaga.

Las cartas fueron celosamente resguardadas por la única hija que tuvo Enrique Gorostieta, a quien, por cierto, no conoció porque su esposa estaba embarazada cuando partió a encabezar el Movimiento Cristero.

Los documentos fueron utilizados para el guión de la reciente película la “Cristiada”, la cual se puede considerar una venganza mediática de los cristeros contra Plutarco Elías Calles.

Las misivas saldrán a la luz a principios del próximo mes de junio, editadas por el Congreso de Nuevo León y el Centro de Historia Regional de la Universidad Autónoma de Nuevo León.

Las cartas originales serán entregadas al nuevo Museo del Movimiento Cristero que tendrá su sede en la Hacienda de El Valle, del municipio de Atotonilco, sitio donde fue emboscado el general Enrique Gorostieta.

“Son cartas que dejan entrever su personalidad y su amor para su familia y en especial a Tulita”, dice a Apro Eduardo Pérez Gorostieta, nieto del general.

Lo muestran, añade, de manera transparente como persona con convicciones y creencias, como hombre con sentimientos, con debilidades y flaquezas.

“Las cartas se iban a quemar porque mi madre no quería levantar polvo, ya que fue perseguida durante varios años. Vivió escondida desde 1929 hasta mediados de la década de los años treinta”, cuenta Pérez Gorostieta.

“Vámonos a la tumba todos tranquilos”, decía mi madre cuando intentaba quemar las cartas, pero la familia lo convenció de donar las misivas como documentos históricos, recuerda el nieto del general.

Los textos, escritos algunos por puño y letra de Enrique Gorostieta, son documentos relevantes para entender al personaje que dirigió la “Guerra Cristera” contra las medidas anticlericales del presidente Plutarco Elías Calles.

El movimiento cristero fue una respuesta a la llamada “Ley Calles” que intentaba reglamentar los postulados emanados de la Constitución de 1917.

El reglamento pretendía quitar a la Iglesia sus propiedades, suprimir su participación en la vida pública, así como prohibir los cultos fuera de las parroquias y los gobernadores más radicales propusieron que los sacerdotes se deberían casar.

Además, los grupos más anticlericales impulsaron una fracción religiosa llamada “Iglesia Católica Mexicana” para romper el control del Vaticano sobre el episcopado del país.

La respuesta de la Iglesia fue suprimir los cultos, situación que provocó que en algunas zonas rurales se levantara un movimiento contra las fuerzas federales, las cuales comenzaron a detener sacerdotes por oponerse a las medidas de Calles.

La guerra arrancó en 1926 y concluyó en 1929. Primero fueron levantamientos aislados hasta que la Liga de la Defensa de las Libertades Religiosas contrató al general Enrique Gorostieta, quien había servido en el ejército de Victoriano Huerta, para dirigir el movimiento.

El militar convirtió a las huestes cristeras en un verdadero ejército que dieron duras batallas a las fuerzas federales al servicio de Plutarco Elías Calles.

En la última carta que escribió a su esposa Tulita, de fecha 16 de mayo de 1929, desde el campamento El Triunfo ubicado en el estado de Jalisco, el general señalaba:

“Nuestro movimiento ha tomado tal fuerza y el gobierno está tan de capa caída, que ya andan haciendo esfuerzos para localizar a las familias de los que andamos en el campo, a fin de ver si de esa manera logran reducirnos, ya que no lo pueden hacer por medio de las armas.”

“…Creo de mi deber hacer del conocimiento de Uds. que vamos a sufrir en los próximos meses la más dura prueba de toda esta epopeya.

“Tenemos qué hacer frente a una agudísima crisis que señalará nuestro triunfo o nuestra derrota, y se hace necesario que todos pongamos a contribución el mayor esfuerzo, y aprontemos mayor ayuda (…).

“Hoy he escrito a la Sra. Recomendándole te ayude a fin de que estés perfectamente escondida y rogándole que nadie que no sea ella o Andrés tu hermano, sepan dónde te encuentras ni hablen contigo. Este deseo que sea como te digo; no hagas excepción ni con los míos ni con los tuyos ni con persona alguna.”

“Mantente animosa, fíjate que lo que yo ando haciendo es un deber sagrado y convéncete de ello al considerar los millones de gente que están rezando por mí y por mi causa (…).

No flaquees por nada; no confundas los triunfos efímeros con los definitivos y fíjate en que la causa que defiendo es la del honor y la justicia y que esto es independiente del resultado final.

“Yo comprendo que será una nueva prueba para ti, pero confío en tu fortaleza de espíritu y abnegación para el sufrimiento, para que la soportes y con ello corones la obra de amor y dulzura con que has sabido hacerme tuyo en lo absoluto. Creo firmemente que esto no ha de durar mucho y que pronto podremos reunirnos para siempre y entonces verás lo que en mi ha logrado tu conducta.

“Tú por razón natural, vivirás más que yo y acuérdate de lo que ahora te digo: con mi esfuerzo, sea cual fuere el resultado práctico de esta lucha, ya he logrado un verdadero nombre para nuestros hijos”.

La postdata concluía con la siguiente sentencia:

” Sigue al pie de la letra lo que se refiere a tu reclusión. Que Dios te bendiga.

“Enrique”.

Su nieto recuerda que cada año se realiza en Los Altos Jalisco, una cabalgata en honor del general Enrique Gorostieta.

“No puedo más que estar seguro que efectivamente logró un nombre para sus hijos. Y que logró algo más: logró junto con todos los cristeros defender sus ideales, concluye Eduardo Pérez Gorostieta.

El historiador Jean Meyer, autor de tres tomos sobre la guerra cristera que fueron usados para el guión de la película, destaca la importancia de las 22 misivas.

“No conocí esas cartas” cuando escribí los tres tomos de la Cristiada, dice a Apro, Jean Meyer.

Subraya que los documentos modifican radicalmente lo que sabíamos del general”, ya que la historia lo presenta como un materialista que se sumó a la guerra porque la Liga de Defensa de las Libertades Religiosas le pagó 3 mil pesos oro por mes por sus servicios.

“Para mí eso demuestra que Gorostieta no es un masón liberal porfirista anticlerical que entra como mercenario y se vuelve católico al contacto de los cristeros”, dice Meyer.

Y concluye el autor de la Cristiada: “Era católico de una familia muy católica”.
Cartas inéditas de Gorostieta, el líder cristero
 
Entrevista con Jean Meyer

Entrevista con Jean Meyer: “La fuerza de la Iglesia tras la Cristiada es efecto no deseado de la política del gobierno mexicano”

Producto de una convocatoria internacional, 16 investigadores estudiaron el tema de los efectos de la Cristiada mexicana en otros países. El resultado es un libro coordinado por Jean Meyer, quien habla sobre esa experiencia.

México.- La guerra llamada Cristiada tuvo fin con los arreglos entre el gobierno mexicano y la cúpula de la Iglesia católica en 1929, aunque en varios lugares se mantuvo el levantamiento hasta tiempo después. Sin embargo, las consecuencias religiosas, políticas y culturales de la Cristiada aún se sienten en la actualidad, especialmente a través de la utilización de la muerte de aquellos a quienes la Iglesia católica ha denominado “mártires”.

Los usos de aquel movimiento no se limitó al espacio nacional, sino que también trascendió al plano internacional: en muchos países se realizaron oraciones y actos de apoyo a los católicos mexicanos. Como una primera aproximación a las consecuencias de la Cristiada allende nuestras fronteras, Jean Meyer convocó a un grupo de académicos de 13 países a estudiar el fenómeno, cuyas contribuciones ha publicado ahora en el libro Las naciones frente al conflicto religioso en México (México, Tusquets, 2010).

AR: Tras su gran obra sobre los cristeros, ¿cuál fue la razón para realizar un coloquio sobre el impacto internacional de aquel movimiento, y que dio origen a este libro?
JM: Hace unos años una colega, Clara García, me dijo: “Ya está abierto el archivo histórico del Arzobispado de México; está muy bien catalogado, y todos los papeles de la época del conflicto religioso ya están abiertos al público”. Entonces yo le dije: “Mira, yo ya no trabajo el tema; estoy con otras cosas, con Rusia y con el celibato sacerdotal”. Pero ella me insistió: “Date una vuelta, nada más para que veas”. Fui al archivo (que, efectivamente, está muy bien ordenado, catalogado, y el servicio al público es espléndido) y pedí el catálogo del Fondo “Obispos” de los años veinte, del conflicto religioso, y hojeándolo con mucha curiosidad y asombro me di cuenta de que había mucha correspondencia, tanto en inglés como en español, de obispos estadunidenses. Entonces pedí unos expedientes y me picó la araña de la curiosidad, lo que me llevó a escribir y publicar un libro que se llama La cruzada por México. Los católicos de Estados Unidos y la cuestión religiosa en México. Y fui a trabajar los archivos estadunidenses, así como también a Los Caballeros de Colón, que habían armado un lobby a favor de los católicos mexicanos en el Congreso de Estados Unidos, y que presionaban a los presidentes de ese país desde Woodrow Wilson hasta Franklin D. Roosevelt. Me di cuenta realmente que el conflicto religioso en México había tenido un impacto mundial. Entonces decidí organizar un coloquio para tomar un poco la dimensión de ese impacto, porque yo había estudiado sólo el conflicto religioso, y más concretamente la dimensión militar de la insurrección de los cristeros. De manera muy normal todos los que somos historiadores de México somos “ombliguistas”: la historia de México es tan rica, que uno ni piensa mirar afuera. Sí, todo el mundo decía que el embajador de Estados Unidos intervino, ayudó a encontrar soluciones y a firmar los arreglos de 1929; fue algo así como el Mister Buenos Oficios, pero más allá de eso, no.

Y así como Friedrich Katz nos demostró que la Revolución Mexicana tuvo una dimensión internacional, y que México en varias ocasiones fue algo así como un campo de batalla entre grandes potencias e imperialismos que aquí se encontraban, donde se peleaban todos los espías del mundo, yo me di cuenta de que hasta China, Filipinas y Australia —para mencionar a los países más lejanos— llegó el ruido de la suspensión del culto en México, del exilio de los obispos y del fusilamiento del padre Miguel Agustín Pro, que fue realmente el momento más espectacular. En este caso, el presidente Plutarco Elías Calles no quiso justicia, por lo que no hubo juicio y Pro fue ejecutado en caliente. Sin embargo, Calles cometió un grave error: convocó a la prensa y a los fotógrafos para darle toda la publicidad máxima al hecho, para que los católicos mexicanos entendieran de una vez y para siempre que no le temblaba el pulso. Lo que pasó es que a la semana aquello era la portada de todos los periódicos y revistas del mundo entero. En seguida se comenzaron a escribir hagiografías del mártir, del santo en todos los idiomas del mundo: en polaco, holandés, etcétera.

Tras tomar esto en cuenta, lancé invitaciones un poco al azar, aprovechando una red de amigos y diciéndole, por ejemplo, a una antropóloga polaca (quien, por cierto, fue embajadora de Polonia en México): “¿No habrá un historiador en Polonia que trate el tema en su país?”. Así llegamos a 16 países representados en este libro; para otros países o no encontramos gente o, como iba a ser un coloquio de tres días intensos de seminario donde los 16 ponentes iban a asistir a todas las sesiones para hacer una obra realmente colectiva, nos limitamos a ese número, pensando que más no se podían por cuestiones de tiempo y de dinero.

Uno de los casos más interesantes que encontramos fue la intervención del gran rabino de Berlín a favor de los católicos mexicanos; ya que hay católicos que creen que los judíos odian al cristianismo y que quieren acabar con la Iglesia, y además hay católicos antisemitas, pues deberían pensar en ese rabino, que en el periódico de la comunidad judía de Alemania llamó a orar por los católicos mexicanos injustamente perseguidos.

GUERRA PROPAGANDÍSTICA INTERNACIONAL

AR:¿Hubo una estrategia de los católicos mexicanos para internacionalizar el conflicto, hubo una política del Vaticano para ello?
JM: No. Fue la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa (LNDLR), que era la organización católica que se fundó en 1925. Cuando el gobierno mexicano intentó (aunque fracasó rápidamente) crear una Iglesia cismática, una Iglesia Católica mexicana, los católicos sintieron la necesidad de organizarse para defenderse, y fue cuando fundaron la LNDLR. Los ligueros más importantes, motivados y militantes fueron hombres jóvenes de entre 20 y 30 años, todos los cuales salieron de la Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) y tenían el radicalismo de la juventud. Cuando vieron que meses de acción cívica y de recursos legales en los tribunales no servían para nada, se impacientaron y, como los revolucionarios mexicanos, deseaban tomar el camino supuestamente corto de las armas; entonces ellos fueron los que provocaron el levantamiento cristero, y ellos buscaron ayuda internacional. Crearon una organización que se llamó Asociación Internacional de Apoyo a los Católicos Mexicanos (VITA) y dieron a conocer el conflicto religioso entre los católicos de muchos países —en Italia especialmente, donde fueron muy exitosos, mucho más que en el Vaticano.

Realmente la propaganda la hicieron mexicanos en el extranjero, al grado de que sí provocaron la movilización de los católicos en todos los países, por lo que el gobierno mexicano tuvo que utilizar toda su red diplomática para armar contrafuegos. Por ejemplo, nuestro embajador en París en ese momento era nada menos que Alfonso Reyes, que era un joven escritor ya reconocido (aunque quizá no tan famoso como lo fue después), muy francófilo y francófono, y que en París tuvo que luchar rudamente porque un día aparecieron los muros de París tapizados con carteles que representaban al presidente Calles y lo denunciaban como asesino; entonces él contrató gente para quitar esos carteles y levantó una protesta en la Secretaría de Relaciones de Francia, y les dijo: “Como embajador de un país amigo, pido la intervención del gobierno francés para que no se agreda e insulte al presidente legítimo de México”.

Como embajador en Brasil le pasó lo mismo a Reyes. Nuestro embajador en Colombia era el señor Urquidi, padre del economista don Víctor L. Urquidi, quien por desgracia ya falleció; éste me contaba que, cuando niño en Bogotá, Colombia, en el colegio a la hora del recreo tenía que pelearse con los compañeros del colegio, quienes le decían: “Tu papá sirve a un gobierno anticatólico, ateo, que fusila a los sacerdotes, que viola a las monjas”. Tenía unos recuerdos de infancia un poco fuertes.

AR:También estuvo Pascual Ortiz Rubio como embajador en Brasil.
JM: Ortiz Rubio sí era de armas tomar. Alfonso Reyes sí fue capaz de evitar discusiones y de ganarse la amistad de los intelectuales católicos brasileños y de los argentinos también, mientras que Ortiz Rubio provocó una tensión diplomática que casi llegó a la ruptura de relaciones. Realmente México lo mandó llamar y lo quitó, porque si no, iba derecho contra el muro.

AR: La LNDLR fue a hacer campaña a favor de los cristeros en otros países. Pero, ¿el gobierno tuvo alguna estrategia específica para enfrentar esa campaña?
JM: La hubo. Incluso contrató periodistas profesionales tanto para escribir libros sobre México, la Revolución Mexicana, sobre Luis N. Morones y la Confederación Regional Obrera Mexicana, la que movilizó al Partido Laborista inglés diciéndole “nosotros somos laboristas”. Calles contrató a un joven periodista estadunidense, Ernest Gruening, quien años después llegaría a ser gobernador de Alaska y senador por ese estado toda la vida, y que publicó un libro muy importante e interesante sobre México, que era evidentemente parcial porque el gobierno mexicano le pasaba toda la información contra sus enemigos internos, rivales revolucionarios, dando pruebas de su corrupción, violencia o asesinatos, pero evidentemente para que el gobierno del general Calles quedara bien y limpio.

Una dimensión de la estrategia fue movilizar a las embajadas y los consulados; por ejemplo, un medio hermano del presidente Calles, Arturo Elías, en ese momento era un cónsul importante en Estados Unidos, y provocó una pequeña crisis porque después de hacer lo que era perfectamente normal (multiplicar las entrevistas, las conferencias de prensa, intervenciones radiofónicas en las que defendía la política antirreligiosa del presidente mexicano), utilizó la franquicia postal que como cónsul tenía, para repartir cientos de miles de folletos de propaganda antirreligiosa en los que asumía la defensa de su gobierno. Cuando los católicos mexicanos (en este caso los famosos Caballeros de Colón) se enteraron, interpelaron en el Congreso al gobierno de Estados Unidos diciéndole: “¿Sabe usted que…?”, y las autoridades estadunidenses en ese momento convocaron al embajador de México y le dijeron: “Oiga, dígale al cónsul que le pare o que se vaya”.

AR: Tras leer los casos del libro, se observa que el brindado a los cristeros mexicanos no fue un apoyo totalmente desinteresado, sino que en cada país tuvo una utilización local específica: en Irlanda sirvió para respaldar el nacionalismo, en Chile sirvió para apoyar al Partido Conservador, en Bélgica para la unificación de los católicos, etcétera.
JM: Un hecho interesante es que en todos esos países se habló de la Iglesia, de los mártires —especialmente de los sacerdotes—, y el padre Pro es una figura emblemática —como se dice ahora—, pero casi no se habla de los cristeros porque, por un lado, el gobierno mexicano mantuvo una censura férrea sobre la guerra misma, y tan es así que no hay una sola entrevista de prensa, ni una sola fotografía de cristeros publicada a lo largo de los tres años de la guerra. Hubo una gran cantidad de fotografías de Emiliano Zapata y de Francisco Villa, así como muchos periodistas extranjeros e incluso camarógrafos de cine estadunidenses —había 80 en 1919—que trabajaban en México siguiendo a los villistas. Pero de los cristeros nos tenemos ni un minuto de filmación ni de noticiero.

Eso por un lado; por el otro, cuando se sabía de la lucha armada, a los católicos europeos, muy escaldados por siglos de guerras de religión y de violencia, la idea de una como Cruzada, de lucha armada con motivos religiosos, de guerra santa les repugnaba mucho. En el caso de Irlanda, ésta acababa apenas de salir de una guerra de independencia contra Inglaterra, y también de una guerra civil entre irlandeses. El violentísimo Ejército Republicano Irlandés (IRA, por su siglas en inglés) había sido condenado por la Iglesia Católica de ese país. Entonces ésta dijo: “Hay que rezar por los hermanos mexicanos, no hay que olvidarlos”, y exaltó a los obispos mexicanos, a los mártires y al padre Pro, pero ni una palabra de la lucha armada. Incluso el representante de la VITA quiso ir a Irlanda pensando que “con esos valientes guerreros irlandeses vamos a tener apoyo, igual hasta militar. Va a haber voluntarios irlandeses para venir a luchar a México” —acuérdese del Batallón de San Patricio en el siglo XIX. Sin embargo, los obispos irlandeses prohibieron la entrada del señor, porque tenían la obsesión de que no se podía exaltar la lucha armada de los católicos mexicanos, por más que pensaran que fuera necesaria, porque allí acababan de condenar la lucha armada. Esto es un asunto muy serio, porque en 1927, el IRA asesinó a un ministro católico del gobierno republicano irlandés, y lo hizo mientras iba a misa.

Entonces por eso casi no se hablaba de la lucha armada; se mencionaba a los mártires y había que rezar todos los domingos, y toda la catolicidad recordaba a los hermanos mexicanos.

AR: Los curas europeos que apoyaron al movimiento cristero mexicano siguieron caminos muy distintos. Está el caso del italiano Martino Capelli, quien traía imágenes guadalupanas cuando fue fusilado por los nazis; pero del otro lado, muy contrastante, estaba el belga León Degrelle, quien fue un nazi consumado.
JM: Degrelle fue un personaje terrible, que tiene su lógica. Él empezó como joven estudiante católico muy radical, e incluso él es el único periodista que llegó a México y publicó un libro acerca de sus andanzas en México —el que no he conseguido—, y de él encontré referencias en los archivos del Arzobispado. Ya después de los arreglos vino, llegó al país realmente al final de la Cristiada. Quiso entrevistar al flamante arzobispo de México, don Pascual Díaz, quien fue uno de los dos que firmaron los arreglos. Éste, hombre muy prudente, no lo recibió, y fue su secretario personal quien contestó muy breve y prudentemente —no hay la menor crítica al gobierno mexicano— a las preguntas de Degrelle. Yo tengo la prueba de que éste vino a México.

Luego Degrelle encontró que el Partido Católico belga era demasiado socialcatólico y tímido, no lo suficientemente católico, por lo que fundó su propio partido, al que puso como nombre Rex —por Cristo Rey—, que es un movimiento de corte moderno, populista, ultranacionalista y demagogo. Rápidamente, en 1936, llegó a tener 20 por ciento de los votos de los belgas, y se fue del lado del fascismo. Visitó a Benito Mussolini, quien quedó encantado con él y lo apoyó; visitó a Adolfo Hitler, con los mismos resultados. En ese momento la Iglesia Católica belga prohibió a los católicos votar a Degrelle, y éste fue derivando, más y más, hacia la ultraderecha, al grado de que cuando ocurrió la Segunda Guerra Mundial, cuando Bélgica estaba conquistada por los nazis, fundó una Legión de voluntarios belgas francohablantes que se llamó la Legión Wallonia. Sirvió en el Waffen SS, que es como los marines de Estados Undios, una unidad combatiente de élite nazi.

Fue un héroe combatiente, herido varias veces, y recibió el grado de general del Ejército alemán, así como las más altas condecoraciones: no solamente la Cruz de Hierro, sino también la Cruz de Caballero con Hojas de Roble, y fue Hitler quien personalmente lo condecoró. De esto hay una fotografía famosa que usted puede encontrar en los sitios neonazis españoles. Supuestamente, Hitler habría dicho: “De haber tenido un hijo, yo hubiera querido tener a Degrelle”.

Degrelle peleó hasta el último momento, y cuando ya se derrumbaba el Reich, se subió a un avión caza —era piloto, incluso; fue un aventurero increíble este hombre—, y llegó hasta España, donde su avión ya no tenía combustible y cayó en el mar frente a San Sebastián. Lo pescaron los españoles y se volvió amiguísimo de Francisco Franco. Fue condenado, en ausencia, a muerte por contumacia en Bélgica, pero tuvo una segunda vida con Franco, que fue la de rico empresario. España nunca lo expulsó, y murió casi centenario, nazi y antisemita hasta el final, y en ruptura total con Roma. Para él, el Concilio Vaticano II fue la prueba de que los judíos se habían apoderado del Vaticano, y se fue con monseñor Marcel Lefebvre.

Felizmente, es el único caso que encuentro en este mundillo.

EL ANTICLERICALISMO DE CALLES Y MUSSOLINI

AR: Es muy interesante el caso de Italia y la posición de Mussolini, quien decía que Calles, de alguna manera, los había desnudado.
JM: El caso italiano es muy interesante en su ambigüedad misma, porque el régimen fascista, Mussolini, simpatizaba mucho con la Revolución Mexicana. Hay que recordar que nuestra revolución, si bien es social, también es nacionalista, y el fascismo italiano empezó así e incluso sedujo a muchos jóvenes en toda Europa, así como hace 50 años Fidel Castro nos sedujo a todos porque era el revolucionario del momento. Mussolini empezó como un anticlerical furibundo, y en el fascismo hubo una raíz anticlerical muy fuerte; incluso hubo una escena famosa de un mitin público donde Mussolini dijo: “Les voy a demostrar que Dios no existe: si Dios existe, le doy cinco minutos para que me fulmine”, y se paró, transcurrió el tiempo y después dijo: “Ya pasaron los cinco minutos. Dios no existe”.

Entonces, el gobierno italiano simpatizaba mucho con la Revolución Mexicana, y especialmente con el gobierno de Calles. La política educativa de éste, la organización corporativa, los sindicatos, todo eso le gustó mucho a Mussolini, y hubo excelentes relaciones entre los dos países. Incluso uno de los mejores periodistas fascistas, Marco Appelius, vino a México y escribió un libro excelente sobre el gobierno de Calles que se llama El águila de Chapultepec, escrito en el momento del conflicto religioso. (Por cierto, Appelius es la única fuente que encontré que dice —no sé si él lo inventó— que el presidente Calles visitó a José de León Toral en la cárcel antes de su ejecución, y que tuvieron un diálogo muy breve, fuerte e interesante).

Pero Mussolini, ya instalado en el poder, se dio cuenta de que Italia era un país muy católico, como México, y de que entonces le convenía hacer la paz con la Iglesia, lo que hizo con los famosos Acuerdos de Letrán de febrero de 1929, que pusieron fin a una cuestión espinosísima que se remontaba a la unificación de Italia en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el Papa perdió su soberanía temporal sobre la tercera parte de Italia, Roma se volvió la capital de Italia y el Papa se consideraba el preso del Vaticano.

Con esos acuerdos, Mussolini logró resolver la cuestión tanto para Italia como la cuestión internacional del Vaticano como Estado, como sujeto de Derecho Internacional, con su independencia, con sus pocos cientos o miles de ciudadanos. En ese momento hizo unas declaraciones muy importantes, que aparecen en el libro, en las que dice “quien se mete contra la Iglesia, termina siempre perdiendo, porque a largo plazo la Iglesia siempre se recupera de todas las derrotas”. Qué coincidencia que cinco meses después, en junio de 1929, se dieron en México los arreglos, que son un poco el equivalente de Letrán.

AR: ¿Hay otras similitudes?
JM: Fíjese que entre febrero y marzo de 1929 Calles creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR). Un amigo que ha trabajado mucho el tema me ha dicho que Calles se inspiró en los estatutos del gran Partido Fascista italiano para crear el PNR. Encontró en los papeles de Calles una copia traducida al español de los estatutos de aquel partido, y que está anotada por Calles. Entonces realmente hay un paralelismo muy interesante entre ese nacional-revolucionarismo que también se topó con una Iglesia y una religiosidad popular con la cual no simpatizaba, pero que acabó finalmente tomando en cuenta.

AR: Hay otro tema en el libro, que es la herencia simbólica que en Europa dejó el movimiento cristero de México. Por ejemplo, está el Cristo Rey y el partido rexiano en Bélgica, el cura italiano que traía a la Virgen de Guadalupe cuando fue fusilado, y el propio recuerdo familiar de usted respecto al padre Pro.
JM: Yo creo que el hecho mismo de que el papa polaco Juan Pablo II haya querido tanto a México pues se debe a este hecho. Los polacos vibraron como los católicos del mundo entero viendo lo que se consideraba la resistencia heroica del pueblo mexicano, incluso sin saber de los cristeros, pero sabiendo que la fe del pueblo mexicano es grande, contra lo que habían pensado algunos obispos incluso mexicanos, quienes creían que la fe del pueblo mexicano era muy superficial, que era un barniz, sin convicciones profundas ni perseverancia. El mismo Calles creía lo mismo, y decía “qué bueno que cerraron los cultos. Cada domingo sin misa significa cinco por ciento de mexicanos que dejan de ser católicos, y entonces es cuestión de cuatro o cinco años y no habrá católicos en el país”.

Lo que pasa es al revés: como decía Tertuliano en los primeros siglos de la Iglesia, “la sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Entonces, la fuerza de la Iglesia católica en los años siguientes, en gran parte, es el efecto no deseado, para nada, de la política del gobierno mexicano.

AR: ¿Hubo intelectuales y líderes políticos importantes que se alinearan con el gobierno mexicano? Por allí encontré alguna cita de The Times, que revivió la leyenda negra para atacar a la Iglesia.
JM: Intelectuales o políticos católicos, no, de ninguna manera. Realmente pocos gobiernos tomaron la defensa del gobierno mexicano. La mayoría de ellos observaron un silencio prudente diciendo “es un asunto interior de México y no podemos intervenir”. Eso lo veo muy concretamente en la correspondencia diplomática francesa. Francia intervino cuando sus intereses fueron afectados; por ejemplo, el gobierno francés —por cierto, en ese momento un gobierno anticlerical— en México defendió las escuelas católicas porque eran de los hermanos maristas o lasallistas, que eran franceses, daban sus clases en su idioma, y pues era una manera de defender su presencia cultural, que iba de retirada frente a Estados Unidos desde que empezó la revolución.

De la misma manera, en los años treinta, cuando en 1935 para toda la República Mexicana sólo quedaron autorizados 305 sacerdotes, y en la Ciudad de México se habían cerrado casi todos los templos, la Embajada de Francia consiguió del gobierno mexicano que se abrieran dos templos: las parroquias francesa y libanesa. Líbano no era una colonia francesa pero fue un protectorado, y aunque los libaneses no eran ciudadanos sino sujetos, Francia intervino a su favor. Los católicos mexicanos no tenían templos, pero la colonia francesa en México y los libaneses sí, por la intervención del gobierno francés; pero éste jamás llamó la atención del gobierno mexicano sobre su política religiosa, ya que era considerada un asunto interno.

AR: ¿Los cristeros recibieron algún apoyo del exterior más allá de oraciones y cierta propaganda?
JM: Los cristeros no recibieron ningún apoyo; a diferencia de las guerrillas modernas, contemporáneas, no recibieron dinero de ninguna potencia exterior, ni tampoco de los ricos mexicanos ni hubo el equivalente de narcoguerrillas. Además, Estados Unidos había establecido lo que nos gustaría que hoy existiera: el embargo sobre las armas. Solamente el gobierno mexicano podía comprar armas en Estados Unidos, nadie más. Entonces, suponiendo que los cristeros hubiesen tenido dinero, no hubieran podido comprar armas a ese país.

Ariel Ruiz Mondragón
 
Última edición:
21 de Junio de 1929

El arzobispo de Michoacán y delegado apostólico Leopoldo Ruiz y Flores y el obispo de Tabasco Pascual Díaz, firman con el presidente Portes Gil los acuerdos entre la Iglesia Católica y el Estado, redactados por el embajador norteamericano Dwight W. Morrow, que no tienen carácter oficial, pues la Iglesia carece de personalidad jurídica para convenir con el Ejecutivo.

Sin pedir ni ceder algo a cambio, el gobierno concede amnistía a los cristeros que se rindan y devuelve los templos y casas que no estén ocupadas por alguna oficina gubernamental. La Iglesia y los católicos quedan en la misma situación que tenían antes de estallar la guerra cristera.

Portes Gil, antes de firmarlos, pide como favor que salgan del país los prelados González y Valencia, y Manríquez y Zárate, únicos que tomaron partido en favor de los cristeros, y Monseñor Orozco, “pesadilla” del gobierno, para calmar a los jacobinos que seguramente estarán contra estos arreglos. Lo cual es aceptado. Inmediatamente después de este acto, los prelados van a dar gracias a la Basílica de Guadalupe, en donde Monseñor Ruiz y Flores comunica a Monseñor Díaz que el Papa lo ha nombrado arzobispo de México.

Desde el 5 de junio pasado comenzaron los arreglos. En Saint Louis Missouri, Morrow había hecho enganchar su vagón al tren en el que iban Mons. Ruiz y Flores y Mons. Pascual Díaz, y durante el trayecto hasta la frontera mexicana estuvieron los tres preparando la negociación.

En los siguientes días, los radicales rojos y blancos trataron de que fracasaran las negociaciones. El 11 de junio, el general Aristeo Pedroza, párroco de Ayo el Chico, en Jalisco, escribió a Ruiz y Flores: “Si el tirano se niega a conceder todas las libertades que exigimos, dejad que el pueblo continúe la lucha para alcanzarlas y no entreguéis a toda esa porción de vuestra grey a una matanza estéril. Recordad que Vosotros declarasteis hace tres años que era lícita la defensa armada contra la tiranía callista; no entreguéis a vuestras ovejas a la cuchilla del verdugo".



Por fin, el día 12 se celebró la primera entrevista entre el presidente Portes Gil y los prelados representantes de la iglesia católica.

El 14, en un telegrama al presidente, Adalberto Tejeda, secretario de Gobernación, deploró la vuelta inminente del "cochino clero que quiere reanudar su tarea monstruosa de deformar las conciencias y la moralidad del pueblo... No vais a permitir que las leyes de Reforma y la Constitución sean violadas". Los masones y la CROM multiplicaron los telegramas, y Portes Gil tuvo que aclarar a la prensa que no se transigiría.



El conflicto había estallado abiertamente el 4 de febrero de 1926, con las declaraciones del arzobispo Mora y del Río de que “el episcopado, clero y católicos, no reconocemos y combatiremos los artículos 3º, 5º y 130 de la constitución vigente”. A partir de este suceso se desencadenaron los siguientes hechos: consignación del prelado declarante, clausura de templos y centros religiosos, expulsión de sacerdotes extranjeros y del delegado apostólico; aprehensión de sacerdotes, encarcelamiento de los líderes de la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa , por convocar a la “paralización de la vida social y económica”; expedición de la Ley de Cultos, suspensión de cultos por parte del Episcopado a partir del 31 de julio; agitación, manifestaciones de ambos bandos y organización de brigadas femeninas; y finalmente, en enero de 1927, rebelión armada de los cristeros en los estados de Michoacán, Jalisco y Guanajuato, que después se extendería a Colima y a algunas zonas de Durango, Zacatecas, Guerrero, Oaxaca, Veracruz, Puebla y estado de México, pero sin perder su carácter básicamente regional centrado en el Bajío.



La guerra había sido sangrienta y cruel. El ejército saqueaba templos, asesinaba sacerdotes y el bombardeaba pueblos. Los cristeros cometían atrocidades, como la del Padre y General José Reyes Vega, quien ordenó incendiar un tren con todo y pasajeros. En realidad, l a guerra ya era insostenible para el clero y el gobierno, pero las críticas y posible reacción de los fanáticos de ambos bandos hacían sumamente difícil emprender cualquier negociación. Ninguno quería que sus seguidores lo acusaran de ceder. Al Vaticano y a la jerarquía católica mexicana les urgía terminar una rebelión armada que surgió espontáneamente, que no controlaban y que actuaba con gran autonomía. Temían además, que la suspensión prolongada del culto esté “resfriando más y más cada día la piedad de los fieles". La pacificación les permitiría continuar “la batalla por las almas” mediante la institucionalización acelerada de la Acción Católica.



El gobierno, a pesar de contar con el apoyo financiero, militar y político de los Estados Unidos, fue incapaz de derrotar definitivamente a los alzados y sufría una sangría constante de recursos y de tropas con las acciones guerrilleras de los cristeros, que le obligaban a desatender otros problemas agravados por la economía paralizada. Recelaba que una rebelión obregonista pudiera encontrar aliados entre los cristeros, como ya lo había intentado la reciente “revolución escobarista”. Asimismo, tenía que enfrentar una futura reñida elección en la que el candidato derrotado podía buscar el apoyo cristero. Además, en el Congreso los obregonistas criticaban la continuación de la guerra: “Llevamos dos años para combatir dos mil y no se ha acabado con ellos. ¿Es que nuestros soldados no saben combatir rancheros, o no se quiere que se acabe la rebelión?” El entierro de León Toral, asesino de Obregón, al que acudieron miles de personas y el atentado al tren presidencial, habían tensado más la situación.



Sin embargo, los jefes cristeros eran reacios a un arreglo porque sabían que en el momento de que se abrieran los templos, la deserción sería general. Cada vez que intuían algún intento de negociación, protestaban y exigían que a los combatientes se les tomara en cuenta, ya que “es nuestra actitud la que provoca el intento del tirano para solucionar el conflicto" . Su movimiento estaba en auge, en el occidente de México disponían de 25,000 hombres armados y organizados, aunque pésimamente municionados; y en el resto del país, había otros 25,000 cristeros. Contaban con más de 2000 autoridades civiles, 300 escuelas y basto apoyo popular. Su jefe principal, el general exfederal Enrique Goroztieta y Velarde, había fracasado en aliarse con el candidato presidencial Vasconcelos, quien le dio cita para después de las elecciones. A fines de mayo, cuando el arreglo parecía inminente, Goroztieta dijo a Manuel Ramírez: "Nos venden, Manuelito, nos venden”.

El escollo estaba en convencer a los jefes cristeros a deponer las armas. La muerte de Gorostieta ocurrió de manera providencial. El 3 de junio anterior fue fusilado por tropas del general Cedillo. Oficialmente se anunció que había caído accidentalmente en una emboscada. Vasconcelos denunció que Cedillo había iniciado negociaciones con Gorostieta para hacerle caer en una trampa y suprimir así un estorbo al arreglo.



Al hacerse público al otro día, el acuerdo entre Portes Gil y los representantes de la iglesia católica, las campanas tocan a vuelo en todo el país para anunciar la reanudación del culto. Los aviones del gobierno tiran sobre los campos ocupados por los cristeros miles de volantes anunciando el término de las hostilidades y los obispos envían sacerdotes para persuadirlos de amnistiarse. Los cristeros se desbandan convencidos de su victoria porque habiendo peleado por ir a misa, la misa vuelve a oficiarse.

La mañana del 27 de junio, en la Basílica de Guadalupe, se impondrá solemnemente el sagrado palio al nuevo arzobispo de México y se celebrará la primera misa desde que estalló el conflicto hace casi tres años.

El general en jefe cristero, Jesús Degollado Guízar, licenciará las tropas que llevan el nombre de Guardia Nacional el 13 de julio siguiente y en un manifiesto señalará: "La Guardia Nacional desaparece, no vencida por nuestros enemigos, sino, en realidad, abandonada por aquellos que debían recibir, los primeros, el fruto valioso de sus sacrificios y abnegaciones. Ave, Cristo, los que por ti vamos a la humillación, al destierro, tal vez a una muerte gloriosa, víctimas de nuestros enemigos, con el más fervoroso de nuestros amores, te saludamos y una vez más te aclamamos Rey de nuestra patria."



Pero la pacificación no será fácil ni inmediata, el rumor popular será que hay más muertos después de la guerra que durante ella. Los principales líderes cristeros sobrevivientes serán perseguidos por algunos generales al margen de los arreglos. Se estima que en la Cristiada murieron más de 80,000 personas. La paz definitiva llegará hasta el gobierno de Ávila Camacho.

Finaliza así la guerra sin pacto ni compromiso alguno del gobierno con el Vaticano, únicamente los actos del clero se ajustarán a las prescripciones de las leyes vigentes. Roma ordenó a Mons. Ruiz practicar “la ciencia de perder ganando". Los comunistas de entonces así lo comprenden: "La Iglesia que durante siglos fue la representante del orden feudal, latifundista, hoy sabrá representar además los intereses de la clase capitalista, patronal, explotadora; la Iglesia, eterno instrumento para mantener sumisas y en la ignorancia a las masas populares, iniciará de nuevo y con doble esfuerzo su tarea para destruir en el corazón y en la mente de las masas la poca conciencia que la Revolución les ha dado".



Más de medio siglo después, en 1992, el presidente Salinas reformará el artículo 130, y el 16 de julio siguiente, publicará la Ley Reglamentaria sobre Asociaciones Religiosas y Culto Público, para reconocer personalidad jurídica a las iglesias y corporaciones religiosas, levantar la prohibición de que los extranjeros sean ministros de culto religioso y otorgar derechos políticos a los ministros de cualquier culto religioso; mantendrá la prohibición a asociarse con fines políticos y realizar proselitismo a partidos o asociaciones políticas; y establecerá un marco más flexible para las celebraciones y manifestaciones de culto externo. Asimismo, reformará el artículo 5ª para no prohibir más las órdenes monásticas, y el 27 para que las iglesias puedan adquirir, poseer y administrar inmuebles para cumplir sus fines. En 1993, también reformará el artículo 3º, para retirar la prohibición a las corporaciones religiosas a participar en la educación.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.


Memoria Política de México
 
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