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La Paloma

RACA

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Acapulco
Buenas tardes. Creo que este es el sitio para presentarles un pequeño cuento que reúne elementos reales y ficticios como todos los relatos de tesoros. Gracias por leer y opinar.

La Paloma

“Aquí abajo está la poza de la Paloma”, comentó Don Lalo media hora después de iniciado el ascenso, mientras señalaba con dirección al fondo del cauce de un arroyo seco. Nuestro destino era la Cueva de los Murciélagos, que se destacaba como un ojo negro en la cara del risco de piedra caliza en la parte alta de la Sierra del ejido La Concordia en el Estado de Coahuila. Don Lalo avanzaba a una velocidad sorprendente para sus ochenta años recién cumplidos. Había que considerar, además, que estaba ciego de uno de sus ojos.

Nosotros, mucho más jóvenes, o menos viejos, consideramos seriamente la posibilidad de regresar al darnos una idea real de la distancia a recorrer hasta la base del risco. Todo: los riesgos en la escalada y nuestro cansancio que parecía inmenso en el momento del inicio de la caminata, el peso del equipo que se sumaba a las dificultades, y el camino que parecía despejado pues en otros tiempos había permitido el paso de animales y gente que realizaba el recorrido diariamente en ambos sentidos; hacia la cueva y de regreso al caserío, pero que ahora se encontraba invadido por plantas con espinas y cactáceas de todo tipo; nos indicaba que debíamos desistir.

Sesenta y cinco años atrás, y durante el transcurso de veinte años, en la cueva había operado una mina. Don Lalo, entonces un adolescente, había trabajando arreando las recuas de burros en las cuales se trasladaba el mineral desde la base del risco hasta el sitio donde podían cargarse los camiones, que finalmente lo transportaban hasta Cuatro Ciénegas. Unos meses atrás, durante una partida de cacería por esa zona, Don Lalo nos platicó sobre aquellos días. La luz de las estrellas, el humo, el crepitar de la fogata y nuestro agotamiento después de la campeada, se mezclaban de manera perfecta para escuchar su relato. Quedamos convencidos que de esa cueva se habían extraído millones de pesos en polvo de oro. Lo más importante era que aún podríamos encontrar algo de ese mineral ahí adentro, si nos decidíamos a realizar la caminata y la escalada completa. “Sólo necesito un valiente que se atreva a entrar, ahí está la tierrita” sentenció Don Lalo antes de dormirnos.

Seis meses después, nos presentamos a la puerta de la casa de Don Lalo para decirle que aquí estaban los valientes y que lo necesitábamos para ubicar el camino que nos llevaría a la cueva.

En un principio la mina operó con el objetivo de producir fósforo a partir del guano de murciélago acumulado durante siglos y gracias a la colaboración de miles de estos animales. Los dueños contrataron a la gente del ejido y trajeron a algunos empleados para apoyar con el control de la producción. Entre ellos llegó la Paloma. Al parecer era veracruzana, estaba casada con el encargado de la mina, Joel, y era hermosísima. Ojos radiantes, piel apretada y cobriza, pechos turgentes, labios carnosos y cintura definida. Vivía con su marido en una casita de adobe que utilizaba una pared del corte del arroyo seco, como se acostumbraba en esa época. Cerca, sobre el mismo lecho, brotaba un manantial de agua helada que llenaba la poza en donde tomaba sus baños la Paloma.

Don Lalo no ofreció muchos detalles, pero comentó que la Paloma lo invitaba a bañarse en la poza cada vez que tenían oportunidad. Joel, al parecer, estaba al tanto de las actividades de su mujer, pero nunca dio señales de molestia. “Era un alma buena”, dijo Don Lalo y nosotros preferimos callar.

El trabajo de extracción del guano sumó años y se profundizó en el interior de la cueva. Se agregaron escaleras de madera maciza para permitir el paso de gente y producto. Uno de tantos días apareció un polvo de color amarillento que, al intentar moverlo, descubrieron, pesaba mucho. Cargar un saco en los que empacaban el guano era imposible así es que lo extrajeron utilizando cubetas de lámina y lo dejaron aparte. Al darse cuenta, el dueño de la mina mandó fabricar unos pequeños sacos de lona gruesa y ordenó que se embolsara en ellos sin perder un solo grano. Nadie sospechó nada durante muchos años y el trabajo continuó de manera normal con la constante aparición de vetas de ese polvo.

“¿Traen de la tierrita amarilla?”, preguntaba La Paloma al paso de las recuas. Si así era procedía a levantarse las enaguas descubriendo unas piernas bien torneadas y se las tallaba con esa tierra. Don Lalo dijo que en más de una ocasión le correspondió aplicarla sobre la piel de la Paloma y comentó que la piel adquiría una tersura especial. “Quedaba lisita, listita…” decía detrás de una bocanada de humo y con el ojo bueno puesto en el pasado…

Después de muchos esfuerzos logramos alcanzar la base del risco o reliz como le llamaba Don Lalo y descubrimos los vestigios de las escaleras antiguas y un letrero en el que se nombraba la fecha de 1948 y se alcanzaba a leer la palabra “fósforo”. Bastará decir que el hecho nos emocionó lo suficiente como para dedicarle otros dos días a subir el resto del equipo y preparar la estrategia de la escalada. El tercer día Don Lalo nos anunció que se sentía cansado y que no subiría a acompañarnos. Incluso insistió que no entráramos para evitar riesgos y parecía preocupado. Dijo que aprovecharía para buscar unas matas de orégano silvestre y juntar unos costales de tierra de hoja que le habían encargado en su casa. Nos esperaría en la camioneta y nos pidió que tuviéramos cuidado ya que la mina era muy profunda.

Cerró la mina, así; sin mediar explicaciones y con la paga de una quincena para cada uno de los trabajadores. Voló la Paloma, siguiendo a su marido a pesar de las súplicas de Don Lalo. “Yo ocupo un hombre y tú eres un chiquillo”, fue la explicación de la mujer, aunque para entonces Don Lalo rebasaba los treinta y cinco…Don Lalo permaneció unos años en el ejido criando chivos, formó una familia, se mudó a la cabecera municipal para que sus hijos estudiaran, y nunca olvidó a la Paloma. Décadas después, un gambusino de la zona invitó a Don Lalo a echar unos tragos y mientras platicaban colocó una tierra amarillenta, igual a la que Don Lalo había visto que se extraía de la mina, en una especie de sartén. Le agregó unos líquidos y colocó el recipiente sobre la lumbre. “Ya verás que con esto, mañana te invito un menudo en el mercado”, fue la respuesta del gambusino cuando Don Lalo le preguntó sobre el polvo. Al día siguiente, Don Lalo observó sorprendido como el gambusino vaciaba unas municiones doradas y brillantes procedentes del recipiente en donde había realizado la cocción y fue testigo de la venta de las mismas a un joyero del poblado. Un poco de oro a cambio de tres mil pesos de entonces.

La cueva resultó ser muy profunda y extensa. Existían escaleras que descendían unos ciento cincuenta metros repartidos en varias terrazas interiores. A cada peldaño pensé en las condiciones del trabajo de la gente del ejido y de Don Lalo. La enormidad de la bóveda subyugaba, sentíamos que estábamos en el interior de un enorme animal prehistórico. Impresionaba pensar en todas las horas invertidas en vaciar estas cavidades en beneficio de una sola familia. Descendimos sólo para encontrar la roca sólida y perfectamente limpia en el fondo de la mina. Nada de polvo amarillento, ni una pizca de riqueza olvidada. Entendimos el porqué del cierre de la mina; nada quedó por robarle a la Madre Tierra. Ascenso, descenso y repetirlo en sentido contrario para regresar con las manos vacías y la mente llena de un asombro que nos sigue mareando cuando lo recordamos. Lo último que notamos era que no habíamos visto ningún murciélago dentro de la cueva, contradiciendo a los miles mencionados por Don Lalo.

Al día siguiente, cerca del mediodía, cuando arribamos a la camioneta encontramos los restos de la fogata con rescoldos aún calientes. Por señales de Don Lalo, sólo un par de costales con tierra de hoja y dos matorrales de orégano arrancados desde raíz. Gritamos un par de veces y decidí ir hacia el sitio de la poza al no recibir respuesta. “La nostalgia es un motivante poderoso sobre todo durante la vejez”, me dije, mientras encaminaba mis pasos hacia el fondo del arroyo. Ahí encontré a Don Lalo. Su cuerpo desnudo y enjuto yacía sobre una laja pulida y su rostro mantenía una expresión de alegría lejana. Aún estaba tibio y el sol no había acabado de secar el agua que perlaba su piel. En ese instante comprendí que el verdadero tesoro de la mina, el motivo de la expedición, había sido este último encuentro con la Paloma.
 
muy interesante compañero me agrado mucho este relato lo felicito.
 
Gracias Western, fue una experiencia interesante. Lo bueno es que Don Lalo todavía vive y tiene un montón de historias...
 
Cabo:

Si de verdad quiere leer algo más, lo invito al foro de Cuchillos y Navajas. Hace poco publiqué un tema que tiene un pequeño cuento se titula "El Machete". Gracias por leer y opinar.
 
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