Novedades
  • .

Las Islas Malvinas IV (la rebelión de los gauchos)

Tirofino

Moderator
Registrado
18 Dic 2007
Mensajes
10,152
Likes recibidos
0
Ubicación
Buenos Aires
Las Islas Malvinas IV (la rebelión de los gauchos)

El nuevo orden de cosas

Para los isleños, la vida luego de la partida de los funcionarios argentinos y de los militares ingleses no sufrió cambios notables, con la excepción de que la bandera en el mástil no era celeste y blanca, sino azul, roja y blanca.

Los colonos siguieron siendo colonos, los comerciantes, comerciantes; y los peones, peones. La población extranjera continuaba siendo la que impartía las ordenes, y los gauchos e indios los que obedecían.

Estaban acostumbrados a no tener gobierno, a sentirse olvidados por el mundo y a tratar de sobrevivir entre saqueos, asesinatos y privaciones, sean estos perpetrados por argentinos, ingleses o norteamericanos.

Simon seguía siendo el capataz. Y como tal su función incluía la de distribuir las tareas, establecer los limites dentro de los cuales la peonada se desenvolvía y liquidar los haberes de los peones.

Dickson era el proveedor de insumos esenciales. Era el administrador de un pequeño monopolio al que todos los habitantes de las islas debían recurrir. Además era letrado, lo cual lo convertía en el "dueño del lápiz".

Pero ni Dickson ni Simon desconocían que existía un conflicto de intereses entre ellos. Y ambos se necesitaban entre sí, ya que cumplían funciones vitales en la pequeña comunidad. Las diferencias entre ellos sobre quien representaba la autoridad en las islas repercutían sobre los que eran considerados como la clase baja en la población, ósea los peones que formaban toda la fuerza de trabajo del establecimiento.

Por un lado, Simon pagaba con vales a los peones, los que eran utilizados por estos para adquirir lo necesario para vivir en la despensa de Dickson. Por otro lado, el capataz había prohibido enfáticamente la matanza y faenamiento de animales domésticos.

Pero con el nuevo estado de cosas, Dickson comenzó a dudar del valor de los vales de Simon, ya que el respaldo de dichos papeles era Vernet, y este ya hacia mucho tiempo que se había desvinculado de la isla y sus emprendimientos. En primera instancia tomo la decisión de rechazarlos. Ante la insistencia de los trabajadores y su capataz, el despensero optó por aceptar los vales, pero a un valor mucho menor que el nominal.

Los trabajadores se encontraban en una encrucijada. No podían obtener alimentos, ni ropas adecuadas porque sus sueldos no les alcanzaban. Tampoco podían matar ganado domestico porque estaba prohibido. El único recurso con que contaban era la caza de animales cimarrones, pero para ello había que recorrer campo, y con las temperaturas de las islas todo se tornaba casi imposible.

Paso el verano, el otoño y parte del invierno. La situación de los trabajadores se torno insostenible. Ninguna de las partes ofrecía soluciones, ni tampoco poseían los medios intelectuales como para solucionar pacíficamente sus diferencias. Hasta que se desencadeno la tragedia.


Relato del colono Thomas Helsby, traducido del inglés

El 26 de Agosto de 1833 el asentamiento de Port Louis, Bahía de Berkley, de la isla Falkland del este, estaba compuesto por las siguientes personas: Capitán Matthew Brisbane; Thomas Helsby, William Dickson, Don Ventura Pasos, Charles Russler, Antonio Vehingar (conocido en Buenos Aires como Antonio Wagner); Juan Simon; Faustin Martinez, Santiago Lopez, Pascual Diego Manuel Coronel, Antonio Rivero, José Maria Luna, Juan Brasido, Manuel Gonzalez, Luciano Pelores, Manuel Godoy, Felipe Salagar, un tal Latorre, cinco indígenas de origen Charrúa enviados por el Gobernador de Montevideo, Antonina Roxa, Gregoria Madrid, Carmelita y sus dos niños, el Capitán de la goleta Unicorn William Low junto a su tripulación (que eran residentes temporales); Henry Channen, Juan Alimenta, Daniel Mackay, Patrick Kermin, Samuel Pearce, George Hopkins, José Douglas, Francis Marchedo y José Manuel Prado. Asimismo dos hombres de color, uno de ellos tripulante del Unicorn (conocido como Juan Honesto) y otro que era tripulante de la goleta estadounidense Transport 1, conocido como Antonio Manuel.

En la mañana de ese día, el capitán Low salió de la colonia en un barco ballenero con el propósito de navegar cerca de las rocas del norte y del sur de la entrada de la Bahía de Berkley. Llevaba una tripulación de cuatro personas: Faustin Martinez, Francis Marchedo, José Manuel Prado y el hombre de color conocido como Antonio Manuel.

Cerca de las 10 horas de ese mismo día camine desde la casa del Capitán Brisbane hacia la tienda del asentamiento con el propósito de obtener aceite, de manos de William Dickson, al que encontré junto a Henry Channen, Daniel Mckay, y José Douglas, en la casa de Antonio Wagner.

Inmediatamente retorné hacia el mástil de la bandera (NdeT: el término "mástil de la bandera" se refiere a la administración del pueblo) con Henry Channen, dejando a las 3 personas arriba mencionadas con Antonio Wagner en su casa. Cuando hube pasado la casa de Santiago Lopez, me encontré con Antonio Rivero, José Maria Luna, Juan Brasido, Manuel Gonzalez, Luciano Flores, Manuel Godoy, Felipe Salagar y Lattorre, corriendo hacia mi, armados con mosquetes, espadas, pistolas, cuchillos y dagas.

Era muy evidente que iban a matar a alguien, así que me dirigí hacia la casa del capitán Brisbane con el propósito de informarle lo que estaba sucediendo. Al llegar quede alarmado al encontrar las puertas cerradas y luego de golpear varias veces fui sorprendido al enterarme por parte de dos de las mujeres que habían sido asesinados por los ocho antedichos hombres el Capitán Brisbane y Juan Simon, mientras que Don Ventura Pasos había sido dado por muerto, y presentaba una herida de bala de mosquete en la garganta, un corte abierto en la cabeza, y su mano casi había sido arrancada de un espadazo, logrando este escapar por una ventana trasera y llegando a la casa de Antonina Roxa distante unas 50 o 60 yardas.

Desde donde me encontraba pude escuchar dos disparos de mosquete que provenían de la casa de Antonio Wagner. Uno de ellos mato a Wagner y el otro a William Dickson, siendo testigos de esto dos miembros de las tripulaciones de los botes, José Douglas y Daniel Mckay.

Luego, ellos (los asesinos) retornaron a la casa del capitán Brisbane. Al no encontrar el cuerpo de Don Ventura Pasos, lo buscaron. Cuando este fue descubierto corrió. Cuando lo vi nuevamente él había sido asesinado por dos o tres disparos de mosquete.

Al ser informado por una de las mujeres de lo que estaba ocurriendo, me prepare para escapar corriendo hacia el campo, pero fui visto por Felipe Salazar, quien me persiguió de a caballo. Al ver que era imposible evadirlo camine hacia él, que tenia una espada en su mano. Me condujo hacia la parte sur del muro del jardín y pude ver a donde se encontraban los restantes siete hombres, los que cruzaron el jardín y se acercaron a mí para dispararme, ordenándome que me alejara del muro para concretar su propósito.

En ese momento discutieron entre ellos pero yo fui separado de la conversación, por lo que todavía no sabia exactamente lo que había pasado. Esto ocurrió inmediatamente después de que los asesinos mataran a Wagner y a Dickson y después de que perdieran el rastro de Don Ventura.

Se me ordenó entrar en la casa del capitán Brisbane. Lo primero que vi allí fue el cuerpo (de Brisbane) que yacía muerto sobre el suelo, en dirección hacia donde se encontraban sus pistolas. El rostro mostraba una marcada sonrisa de desprecio. Luego ellos arrastraron el cuerpo con un caballo una distancia considerable y saquearon su casa.

Se me ordenó ir hacia la casa de Antonina Roxa, en donde la encontré junto con otra de las mujeres y Pascual Diez. Suplique insistentemente poder ir hacia la casa donde residían los miembros de la tripulación de los barcos pero esto no me fue permitido. En ese momento me considere como alguien que seria asesinado.

Ellos (los asesinos) dejaron a uno conmigo y se dirigieron a la tienda del señor Dickson con el objeto de saquearla. Cuando regresaron, y luego de una conversación se me ordeno que me encerrara en mi cuarto, oportunidad que use para evadirme y reunirme con los miembros de las tripulaciones de los barcos (con siete de ellos) en su propia casa.

Los asesinos ahora estaban en posesión de todas las armas y municiones del asentamiento, excepto las que los miembros de las tripulaciones poseían, dos en total, que no eran buenas para nada y era lo único que tenían para defenderse ellos mismos. La casa de Faustin Martínez (que estaba navegando con el capitán Low) fue robada y despojada de todas sus pertenencias.

En el momento en que se produjeron los asesinatos, el resto de los habitantes del asentamiento se encontraban en los siguientes lugares:

Yo y Henry Channen dejamos la casa de Antonio Wagner y estábamos caminando hacia el mástil de la bandera. Dejamos a dos miembros de las tripulaciones con Wagner y Dickson como antes había mencionado. Santiago Lopez se encontraba en la casa de los miembros de la tripulación, cuatro de los cuales estaban con él realizando tareas varias. Pascual Diez estaba cocinando en la casa de Antonina Roxa, Manuel Coronel estaba enfermo en cama, Juan Honesto estaba en su casa con los dedos de los pies congelados.

El Capitán Brisbane era nativo de Perth en Escocia; William Dickson de Dublín, Irlanda; Antonio Vehingar, alias Wagner, de Alemania; Juan Simon de Francia.

Los ocho asesinos se instalaron en la casa de Antonio Lopez, que sirvió de cuartel general y vivienda. Desde allí tenían una buena vista de la boca del estrecho, la dársena y la casa de los miembros de las tripulaciones.

Dos horas después de los sucesos, los asesinos amarraron el bote ballenero verde en la dársena, en donde lo mantuvieron vigilado constantemente durante todo el día y con guardias periódicas de noche, con el objeto de evitar que nos fuguemos en el."

A partir de estos hechos, el relato de Helsby narra la vida de los 13 habitantes que sobrevivieron. Se autorecluyen en uno de los tantos islotes del archipiélago y vivieron miserablemente de lo que los asesinos les proveían, desde los últimos días de agosto hasta mediados de enero del año siguiente.

Existen versiones de la historia en la que se afirma que luego de los hechos, los ocho hombres arriaron el pabellón ingles e izaron el argentino. Esto no es del todo correcto.

En principio, los ocho hombres no arriaron el pabellón ingles por la simple razón de que el 26 de agosto de 1833 era lunes, y la bandera solamente era izada y arriada todos los domingos o ante el avistamiento de un barco. Y ese día ningún barco llegó a las islas.

Si izaron el pabellón nacional es un dato que no puedo corroborar. En principio la bandera que flameaba en Malvinas había regresado el continente, llevada por el teniente coronel Pinedo cuando este fue expulsado de las islas. Es posible, aunque no probable, que existiera alguna otra bandera argentina en el asentamiento propiedad de algún colono, y que se utilizara esta.

Es altamente improbable que cualquiera de los sublevados poseyera bandera alguna, ya que a menos que las trajeran unos siete años antes desde el continente, los gauchos no contaban con los medios materiales para confeccionar una en las islas.

Pero cierto es que, ya sea que la Bandera Argentina flameo o no durante el periodo en que las islas estuvieron bajo las directivas de estos ocho hombres, la Union Jack nunca fue izada sobre Malvinas.

Ni Rivero ni ninguno de sus compañeros estaban capacitados para establecer mínimamente un gobierno. Tampoco tenían contacto con el continente, por lo que sus vidas continuaron siendo las mismas de siempre. Realizaban las tares que habitualmente hacían, solo que durante este tiempo ellos fueron sus propios patrones. Comparada con su vida de privaciones anterior, el disponer de todos los recursos del poblado les garantizaba contar con lo necesario para llevar una "buena vida", o por lo menos para pasar el resto del invierno con mínimos sufrimientos.


Autor Rolando Méndez
 
Arriba