michoacanosracing
Miembro de la Vieja Guardia
- Registrado
- 14 Nov 2007
- Mensajes
- 3,521
- Likes recibidos
- 0
- Ubicación
- GUADALAJARA JAL. / COJUMATLAN MICHOACAN
Regresábamos de una compra de productos en el precioso estado de Michoacán. Yo manejaba. Uno de mis mejores amigos la hacía de copiloto, y detrás venía un familiar que traíamos de regreso a casa.
Al principio del trayecto, mis dos acompañantes se quedaron dormidos, ya que traía cada uno sus atrasos de sueño.
Yo por mi parte, conociendo la ruta de memoria, conducía con tranquilidad, ya que las más de las veces, hago el trayecto a solas. En un poblado llamado Ario de Rayón, en una vuelta a la izquierda, que nos lleva a la carretera que une Briseñas con Zamora, noté que una camioneta de características similares a la que yo conducía, estaba semi atravesada en el camino, pero no hice mayor caso, como cuando no quieres darle importancia a algo que te inquieta.
Así las cosas, transcurrieron algo así como 25 minutos. Ya para entonces, mis acompañantes se despabilaban. Recién habíamos entroncado al tramo Zamora – La Piedad, que consta de una recta larga.
De pronto, con la experiencia que el manejo en carretera me ha dado durante más de 20 años, percibí la misma camioneta que había visto antes en Ario de Rayón, que se acercaba a gran velocidad. Había tráfico en ese momento; sin embargo, el conductor hizo una maniobra peligrosa de rebase, el auto que venía de frente tuvo que frenar para no colisionar.
Para esos momentos, yo ya sentía latir mi corazón de prisa, mi mente alerta al darme cuenta de que los tripulantes tenían toda la apariencia de ser delincuentes, sicarios o algo peor.
Al término del peligroso rebase, volteaban hacia atrás como queriendo reconocer en nuestro vehículo o en nuestra persona algo o alguien. Finalmente, un sobresalto se apoderó de mi cuerpo, al ver que se orillaban, bajaban del vehículo y nos hacían señas de detenernos. Pero con armas de grueso calibre (cuernos de chivo, según pudimos ver más tarde), ante lo cual, mi primera reacción fue preguntar a mis acompañantes qué hacer?
La respuesta unísona fue: No te detengas! Acelera. Ante lo cual, los maleantes dispararon sus armas, no sabemos si hacia nosotros o hacia el aire. Lo que sí sabemos, es que se irritaron ante nuestra acción de no hacer caso de detenernos. Acto seguido, suben al vehículo, aceleran a fondo, nos apuntan con sus armas, siguen haciendo señas de detenernos, ante lo cual sucumbimos y decidimos detenernos, por puro instinto de conservación.
Un par de kilómetros adelante, nos topamos con un poblado llamado Quiringüicharo, Mich. Uno de esos pueblos típicos al lado de la carretera. Había gente, mucha gente, tal vez esperando autobús para trasladarse a la ciudad, tal vez solo tomando el sol, pasando el tiempo en la charla con amigos, o qué sé yo otros motivos.
Procuramos, los tres, tener calma y afrontar lo que seguía, que suponíamos (o queríamos suponer), un simple robo de vehículo y mercancía, lo cual no dejaba de atormentar mi mente, ya que ambas cosas tenían un alto valor comercial. Solo que no imaginábamos que un poco más tarde, eso sería lo que menos nos importaría, dados los sucesos.
Cuando por fin pude detener mi camioneta, que traía un remolque con más de dos toneladas de carga, sumadas a una tonelada en la propia camioneta, ellos detuvieron su vehículo junto al nuestro, vociferando insultos hacia nosotros. Nos bajaron del vehículo, nos ordenaron subir al suyo, y ahí empezó el verdadero sufrir.
Cinco individuos fuertemente armados, uno detrás de la camioneta, otro junto a nosotros, dos más adelante conduciendo, y uno más conduciendo la camioneta cargada, atravesando el pueblo, para después adentrarse en zonas agrícolas, bordeadas de brechas. Es ahí cuando comienzas a sentir que tu vida está en peligro. Ellos gritaban, maldecían, nos insultaban, mientras el otro dañaba las suspensiones de la camioneta y el remolque, al conducir a más de 60 km/h en la brecha, sin importar que llevara carga. Parecía que esto molestaba sobremanera al conductor de la camioneta en la que viajábamos, porque maldecía una y otra vez contra el otro conductor, sin que este pudiera oír las órdenes de que se detuviera.
Cuando por fin se percató de las órdenes de detenerse, yo pude ver que tanto la camioneta como el remolque cargados, tenían severos daños en la suspensión.
Tratábamos de calmarnos. Yo veía a mi familiar verdaderamente asustada, a mi amigo un tanto sereno, que de vez en vez les decía que nos dejaran, que nos bajaran en aquel lugar, que estábamos cooperando. Yo por mi parte, al ver el panorama, sentía que nuestra hora final se acercaba, los veía a la cara, quería saber que estaba con mis compañeros de viaje, pero también quería salvarme y salvarlos a ellos, así que también les decía que no nos hicieran daño, que éramos paisanos, que éramos de Michoacán. Les mostraba mi identificación.
Y creo que esto último surtió algún efecto, ya que decían que entonces porqué traíamos placas de Guanajuato, a lo que rápidamente les respondía que solo trabajábamos en aquel Estado, pero que éramos de Michoacán.
De pronto, la situación dio un giro inesperado. El conductor, que también parecía ser el jefe del comando, nos comenzó a decir que nos calmáramos, que nada nos pasaría. En ese ínterin hizo un par de llamadas, al parecer para reportarse. Decía que llevaba una camioneta idéntica a la de ellos, que estaba cargada de rollos y otras pendejadas, que se verían en donde la otra vez.
El sentimiento de morir me asaltaba de nuevo. Pensar que nos llevaban a un lugar lejano, adentrado en sembradíos, recordar escenas de películas, de noticias reales de casos de levantones, etc., me hacía pensar en mi esposa y mis hijas. Comenzaba a despedirme de ellas. No encontraba solución, era como ir cayendo irremediablemente al abismo, a punto de estrellarme en el fondo.
Transcurrió no sé cuánto tiempo, de pronto vi una camioneta de reciente modelo jeep grand cherokee color gris. Había cuatro o cinco tripulantes.
Cómo puedes sentirte ante una situación como esa? Lo único que yo podría responder es que un gran vacío inunda tu corazón. La impotencia se hace dueña de todo. No puedes hacer ni decir nada más que lo ellos te ordenen. Estás en sus manos.
Rebasamos por unos metros este último vehículo, al parecer tripulado por los “jefes mayores”. Los que nos acompañaban se apean de la camioneta. Mis compañeros y yo no sabemos qué decir, más que mantener la calma.
Escuchamos de nuevo maldiciones entre ellos. Algunos gritos. Se acercan a la camioneta y nos dicen que nos bajemos. Se acercan los nuevos individuos. Son de aspecto muy diferente a los anteriores. Son blancos, parecen originarios de otro estado. También están armados con armas largas. Desciende el que parece Jefe de todos ellos. Trae una máscara de Hanibal. Solo se le ven sus ojos.
Lo increíble sucede.
El segundo al mando se acerca a nosotros. Pienso lo peor. Pero comienza a decirnos palabras ininteligibles. Por lo menos así me lo parecen, ya que se trata de preguntas como:
Están bien?
Los maltrataron?
Les quitaron pertenencias?
Etc., etc.
No logro entender. Comienzan a disculparse con nosotros. A decirnos que podemos irnos. Que abordemos nuestro vehículo y nos vallamos de ahí.
La razón me traiciona. Pienso que al darles la espalda, comenzaran a disparar contra nosotros. Así que me resisto a hacerlo. Volteo hacia ellos y les digo:
Es verdad? No puedo creerlo. Nos dices que nos podemos ir?
Responde que sí, que los disculpemos, que ha habido una confusión. Mientras tanto nos regresan nuestras pertenencias, a excepción de mi teléfono móvil y una esclava de oro que oculté en la camioneta de ellos, por temor.
Le dije al segundo al mando que ya no la quería, que se la regalaba, en agradecimiento por habernos respetado la vida. También me despedí de mano de ambos, Jefe y Sub jefe. Les pedí una contraseña para poder salir libres en el resto del camino, y mencionó un par de números.
Nos retiramos del lugar, muy nerviosos, aún sin saber que sucedería. El camino hasta la carretera era aún largo, y nuestra camioneta estaba seriamente averiada, así como el remolque.
Pero eso no importaba, de cualquier modo logré maniobrar el vehículo en reversa para poder salir de allí.
Cuando por fin alcanzamos la carretera, sentimos un gran alivio, que no se completó sino hasta llegar a casa y ver a la familia, y abrazarla.
Los detalles que siguen son importantes, pero en resumidas cuentas, esto fue lo que pasamos mis dos allegados y yo el día 5 de Julio de 2012, día en que creo volvimos a nacer. En verdad nos perdonaron la vida. No sabremos nunca qué fue lo que sucedió. Errores de esos y menores le cuestan la vida a mucha gente.
Agradezco a Dios que esté aquí, ahora, escribiendo estas líneas para quien quiera saber del caso; y saber que seguiré conviviendo con mi amada familia y mis amistades por más tiempo.
Al principio del trayecto, mis dos acompañantes se quedaron dormidos, ya que traía cada uno sus atrasos de sueño.
Yo por mi parte, conociendo la ruta de memoria, conducía con tranquilidad, ya que las más de las veces, hago el trayecto a solas. En un poblado llamado Ario de Rayón, en una vuelta a la izquierda, que nos lleva a la carretera que une Briseñas con Zamora, noté que una camioneta de características similares a la que yo conducía, estaba semi atravesada en el camino, pero no hice mayor caso, como cuando no quieres darle importancia a algo que te inquieta.
Así las cosas, transcurrieron algo así como 25 minutos. Ya para entonces, mis acompañantes se despabilaban. Recién habíamos entroncado al tramo Zamora – La Piedad, que consta de una recta larga.
De pronto, con la experiencia que el manejo en carretera me ha dado durante más de 20 años, percibí la misma camioneta que había visto antes en Ario de Rayón, que se acercaba a gran velocidad. Había tráfico en ese momento; sin embargo, el conductor hizo una maniobra peligrosa de rebase, el auto que venía de frente tuvo que frenar para no colisionar.
Para esos momentos, yo ya sentía latir mi corazón de prisa, mi mente alerta al darme cuenta de que los tripulantes tenían toda la apariencia de ser delincuentes, sicarios o algo peor.
Al término del peligroso rebase, volteaban hacia atrás como queriendo reconocer en nuestro vehículo o en nuestra persona algo o alguien. Finalmente, un sobresalto se apoderó de mi cuerpo, al ver que se orillaban, bajaban del vehículo y nos hacían señas de detenernos. Pero con armas de grueso calibre (cuernos de chivo, según pudimos ver más tarde), ante lo cual, mi primera reacción fue preguntar a mis acompañantes qué hacer?
La respuesta unísona fue: No te detengas! Acelera. Ante lo cual, los maleantes dispararon sus armas, no sabemos si hacia nosotros o hacia el aire. Lo que sí sabemos, es que se irritaron ante nuestra acción de no hacer caso de detenernos. Acto seguido, suben al vehículo, aceleran a fondo, nos apuntan con sus armas, siguen haciendo señas de detenernos, ante lo cual sucumbimos y decidimos detenernos, por puro instinto de conservación.
Un par de kilómetros adelante, nos topamos con un poblado llamado Quiringüicharo, Mich. Uno de esos pueblos típicos al lado de la carretera. Había gente, mucha gente, tal vez esperando autobús para trasladarse a la ciudad, tal vez solo tomando el sol, pasando el tiempo en la charla con amigos, o qué sé yo otros motivos.
Procuramos, los tres, tener calma y afrontar lo que seguía, que suponíamos (o queríamos suponer), un simple robo de vehículo y mercancía, lo cual no dejaba de atormentar mi mente, ya que ambas cosas tenían un alto valor comercial. Solo que no imaginábamos que un poco más tarde, eso sería lo que menos nos importaría, dados los sucesos.
Cuando por fin pude detener mi camioneta, que traía un remolque con más de dos toneladas de carga, sumadas a una tonelada en la propia camioneta, ellos detuvieron su vehículo junto al nuestro, vociferando insultos hacia nosotros. Nos bajaron del vehículo, nos ordenaron subir al suyo, y ahí empezó el verdadero sufrir.
Cinco individuos fuertemente armados, uno detrás de la camioneta, otro junto a nosotros, dos más adelante conduciendo, y uno más conduciendo la camioneta cargada, atravesando el pueblo, para después adentrarse en zonas agrícolas, bordeadas de brechas. Es ahí cuando comienzas a sentir que tu vida está en peligro. Ellos gritaban, maldecían, nos insultaban, mientras el otro dañaba las suspensiones de la camioneta y el remolque, al conducir a más de 60 km/h en la brecha, sin importar que llevara carga. Parecía que esto molestaba sobremanera al conductor de la camioneta en la que viajábamos, porque maldecía una y otra vez contra el otro conductor, sin que este pudiera oír las órdenes de que se detuviera.
Cuando por fin se percató de las órdenes de detenerse, yo pude ver que tanto la camioneta como el remolque cargados, tenían severos daños en la suspensión.
Tratábamos de calmarnos. Yo veía a mi familiar verdaderamente asustada, a mi amigo un tanto sereno, que de vez en vez les decía que nos dejaran, que nos bajaran en aquel lugar, que estábamos cooperando. Yo por mi parte, al ver el panorama, sentía que nuestra hora final se acercaba, los veía a la cara, quería saber que estaba con mis compañeros de viaje, pero también quería salvarme y salvarlos a ellos, así que también les decía que no nos hicieran daño, que éramos paisanos, que éramos de Michoacán. Les mostraba mi identificación.
Y creo que esto último surtió algún efecto, ya que decían que entonces porqué traíamos placas de Guanajuato, a lo que rápidamente les respondía que solo trabajábamos en aquel Estado, pero que éramos de Michoacán.
De pronto, la situación dio un giro inesperado. El conductor, que también parecía ser el jefe del comando, nos comenzó a decir que nos calmáramos, que nada nos pasaría. En ese ínterin hizo un par de llamadas, al parecer para reportarse. Decía que llevaba una camioneta idéntica a la de ellos, que estaba cargada de rollos y otras pendejadas, que se verían en donde la otra vez.
El sentimiento de morir me asaltaba de nuevo. Pensar que nos llevaban a un lugar lejano, adentrado en sembradíos, recordar escenas de películas, de noticias reales de casos de levantones, etc., me hacía pensar en mi esposa y mis hijas. Comenzaba a despedirme de ellas. No encontraba solución, era como ir cayendo irremediablemente al abismo, a punto de estrellarme en el fondo.
Transcurrió no sé cuánto tiempo, de pronto vi una camioneta de reciente modelo jeep grand cherokee color gris. Había cuatro o cinco tripulantes.
Cómo puedes sentirte ante una situación como esa? Lo único que yo podría responder es que un gran vacío inunda tu corazón. La impotencia se hace dueña de todo. No puedes hacer ni decir nada más que lo ellos te ordenen. Estás en sus manos.
Rebasamos por unos metros este último vehículo, al parecer tripulado por los “jefes mayores”. Los que nos acompañaban se apean de la camioneta. Mis compañeros y yo no sabemos qué decir, más que mantener la calma.
Escuchamos de nuevo maldiciones entre ellos. Algunos gritos. Se acercan a la camioneta y nos dicen que nos bajemos. Se acercan los nuevos individuos. Son de aspecto muy diferente a los anteriores. Son blancos, parecen originarios de otro estado. También están armados con armas largas. Desciende el que parece Jefe de todos ellos. Trae una máscara de Hanibal. Solo se le ven sus ojos.
Lo increíble sucede.
El segundo al mando se acerca a nosotros. Pienso lo peor. Pero comienza a decirnos palabras ininteligibles. Por lo menos así me lo parecen, ya que se trata de preguntas como:
Están bien?
Los maltrataron?
Les quitaron pertenencias?
Etc., etc.
No logro entender. Comienzan a disculparse con nosotros. A decirnos que podemos irnos. Que abordemos nuestro vehículo y nos vallamos de ahí.
La razón me traiciona. Pienso que al darles la espalda, comenzaran a disparar contra nosotros. Así que me resisto a hacerlo. Volteo hacia ellos y les digo:
Es verdad? No puedo creerlo. Nos dices que nos podemos ir?
Responde que sí, que los disculpemos, que ha habido una confusión. Mientras tanto nos regresan nuestras pertenencias, a excepción de mi teléfono móvil y una esclava de oro que oculté en la camioneta de ellos, por temor.
Le dije al segundo al mando que ya no la quería, que se la regalaba, en agradecimiento por habernos respetado la vida. También me despedí de mano de ambos, Jefe y Sub jefe. Les pedí una contraseña para poder salir libres en el resto del camino, y mencionó un par de números.
Nos retiramos del lugar, muy nerviosos, aún sin saber que sucedería. El camino hasta la carretera era aún largo, y nuestra camioneta estaba seriamente averiada, así como el remolque.
Pero eso no importaba, de cualquier modo logré maniobrar el vehículo en reversa para poder salir de allí.
Cuando por fin alcanzamos la carretera, sentimos un gran alivio, que no se completó sino hasta llegar a casa y ver a la familia, y abrazarla.
Los detalles que siguen son importantes, pero en resumidas cuentas, esto fue lo que pasamos mis dos allegados y yo el día 5 de Julio de 2012, día en que creo volvimos a nacer. En verdad nos perdonaron la vida. No sabremos nunca qué fue lo que sucedió. Errores de esos y menores le cuestan la vida a mucha gente.
Agradezco a Dios que esté aquí, ahora, escribiendo estas líneas para quien quiera saber del caso; y saber que seguiré conviviendo con mi amada familia y mis amistades por más tiempo.