Alaner
Miembro de la Vieja Guardia
Hola compañeros le dejo una leyenda buddhista que habla sobre el bien y el mal, esta muy bonita espero que disfruten esta lectura.
Hace mucho tiempo, en la India, vivió un joyero muy rico, de nombre Pandú. Cierto día en que se dirigía en su carruaje hacia la ciudad de Varanasi, Pandú se regocijaba por la bonanza del tiempo, recién refrescado por una tormenta, y sobre todo por el dinero que iba a conseguir al día siguiente vendiendo las joyas en el mercado.
Mirando hacia adelante, Pandú observó un monje caminando lentamente por un lado de la carretera. El monje caminaba con pasos firmes y espalda erguida; había algo en él que irradiaba paz y fortaleza interior. Pandú pensó: “Si ese monje va a Varanasi, le pediré si quiere viajar conmigo. Parece un santo y yo he oído que la compañía de hombres santos siempre trae buena suerte”. Así que dio órdenes a su fortachón esclavo, llamado Mahaduta, de parar los caballos.
—Venerable Maestro del Dharma —dijo Pandú, abriendo la puerta de su carruaje—. ¿Puedo ofrecerle transporte hasta Varanasi?
—Viajaré contigo —contestó el monje—, si comprendes que no puedo pagarte, pues no tengo posesiones materiales. Lo único que puedo ofrecerte es Dharma.
—Acepto sus condiciones —dijo el joyero, que siempre pensaba como si estuviese negociando. Y así invitó al monje a entrar en su carruaje.
Durante el viaje, el monje, cuyo nombre era Narada, le habló del karma, que es la ley de causa y efecto.
—La gente crea sus propios destinos a través de sus acciones— dijo Narada—. Buenas acciones generan de un modo natural buena fortuna, mientras que quienes cometen maldades acaban pagando por ellas tarde o temprano.
Pandú se encontraba a gusto con su compañero. Le gustaba oír cosas con sentido, pues él era un hombre muy práctico, y también tenía raíces buenas y profundas en el Dharma, ¡aunque esto último él no lo sabía!
Pandú, el joyero, interrumpió ásperamente a Narada cuando su carruaje se paró en mitad de la carretera.
—¿Qué ocurre? —gritó irritado a su esclavo Mahaduta—. ¡No hay tiempo que perder! Varanasi estaba aún diez millas de distancia, y el sol se estaba poniendo por el Oeste.
—Es el carromato de un estúpido agricultor en medio de la carretera —vociferó el esclavo.
El monje y el joyero abrieron las puertas del carruaje y se asomaron para ver lo que ocurría. Un poco más adelante, y bloqueando la carretera, había un carromato cargado de sacos de arroz. La rueda derecha yacía averiada en una zanja. El agricultor estaba sentado en el suelo intentando reparar una pezonera rota.
—¡Yo no puedo esperar! ¡Mahaduta! —gritó Pandú—. ¡Aparta su carromato!
El campesino se levantó de un salto para protestar y Narada se volvió hacia Pandú para pedirle que pensase otro modo de resolver la situación. Pero antes de que nadie pudiese decir una palabra, el fortachón Mahaduta ya había saltado de su asiento, y arremetiendo contra el carromato del agricultor, lo empujó dentro de la zanja. Varios sacos de arroz cayeron en el barro. El agricultor se fue corriendo y chillando hacia Mahaduta, pero se frenó al darse cuenta de que el esclavo le doblaba en tamaño y fuerza. Sonriendo maliciosamente, Mahaduta levantó su puño; estaba claro que habría disfrutado dando una paliza al campesino si su amo no tuviese tanta prisa. Al mismo tiempo que el esclavo volvía a su asiento y retomaba las riendas del carruaje, el monje se bajó a la carretera, y dirigiéndose a Pandú le dijo:
—Estoy descansado y en deuda contigo por haberme llevado durante una hora, y qué mejor modo de saldar esta deuda que ayudando a este desafortunado agricultor al que tú has maltratado. Al hacerle daño, puedes dar por seguro que un daño similar te ocurrirá a ti. Así que, tal vez, si le ayudo puedo hacer que tu deuda con él no sea tan grave. Puesto que además el agricultor fue un familiar tuyo en una vida previa, tu karma y el suyo están atados de una manera mucho más fuerte de lo normal.
El joyero estaba sorprendido. No estaba acostumbrado a que lo regañaran, ni siquiera con la amabilidad con que el monje lo había hecho. Pero lo que más le molestó fue la idea de que él, Pandú, un joyero con grandes riquezas, pudiese estar de algún modo relacionado con un agricultor del arroz. —¡Eso es imposible! —replicó a Narada.
Narada esbozó una sonrisa y dijo:
—A veces la gente más inteligente no alcanza a reconocer las verdades más básicas de la vida. Pero yo intentaré protegerte contra el daño que te has hecho a ti mismo.
Molesto por estas palabras, Pandú hizo una señal vehemente con su mano para que el esclavo pusiese el carruaje en marcha.
Devala, el agricultor, ya se había sentado de nuevo en el suelo, a un lado de la carretera, intentando reparar de nuevo la rueda. Narada lo saludó inclinando su cabeza y empezó a empujar el carromato fuera de la zanja. Devala se levantó de un salto para ayudarlo, pero se dio cuenta de que el monje tenía mucha más fuerza de lo que se podía esperar de una persona de complexión tan ligera. El carromato estaba de nuevo en la carretera incluso antes de que Devala la hubo cruzado. “Este monje debe ser un santo”, pensó Devala en silencio. “Dioses y espíritus, invisibles protectores del Dharma, deben ayudarlo. Tal vez él pueda explicarme por qué hoy mi suerte ha dado un giro a peor”.
Los dos hombres cargaron los sacos de arroz que Mahaduta había tirado en la zanja, y entonces, al mismo tiempo que Devala se sentaba de nuevo a arreglar la rueda, preguntó:
—Venerable Maestro del Dharma, ¿puede explicarme por qué he tenido que sufrir semejante injusticia por parte de ese rico tan arrogante a quien nunca había visto antes? ¿Es esto razonable?
Narada contestó:
—Lo que has sufrido hoy no es realmente una injusticia. Has recibido el pago exacto por el daño que tú causaste al joyero en una vida previa.
El agricultor dijo asintiendo:
—He oído a gente decir este tipo de cosas antes, pero nunca he sabido si creerlas o no.
—No es algo muy difícil de creer— dijo el monje—. Nos convertimos en lo que hacemos. Si haces buenas cosas, serás Buena persona de un modo natural, y cosas buenas le ocurrían naturalmente. Lo mismo sucede con las maldades. Actos malvados crean malas personalidades y vidas desafortunadas. Todas las cosas que has pensado, dicho y hecho crean la clase de persona que eres ahora, y también contienes las semillas de lo que serás en el futuro. Esta es la ley de causa y efecto, la ley del karma.
—Tal vez sea así— dijo Devala—, pero yo no soy una mala persona, y ¡mira lo que me ha ocurrido hoy!
Narada le preguntó:
—Sin embargo, ¿no es cierto que tú habrías hecho lo mismo al joyero si él hubiese sido el que bloquease la carretera y tú el que llevase un conductor tan bravucón?
Las palabras del monje hicieron que Devala enmudeciese. Se dio cuenta de que hasta el momento en que Narada apareció para ayudarlo, su mente había estado llena de pensamientos de venganza. Exactamente lo que Narada había dicho es lo que él había estado pensando: “Ojalá hubiese sido él quien volcase el carruaje del joyero para después poder reanudar el viaje con orgullo mientras el ricachón se quedaba revolcado en el lodo”.
—Sí, Maestro del Dharma —admitió—. Es verdad.
Los dos hombres permanecieron en silencio hasta que la pezonera estaba lista y la rueda montada de nuevo en el carromato. El campesino seguía cavilando en las palabras del monje. Aunque Devala no había ido nunca a la escuela, él era un hombre muy pensativo y siempre intentaba descubrir el porqué de las cosas y las razones detrás de los sucesos.
De repente dijo:
—¡Pero esto es terrible! Ahora que el joyero me ha hecho daño, yo tendré que hacerle algo malo a él. Entonces él me lo devolverá, y yo volveré a herirle. ¡Y esto nunca acabará!
—No, no tiene por qué ser así —dijo Narada—. La gente tiene el poder de hacer cosas buenas y cosas malas. Encuentra un modo de pagar a este joyero tan orgulloso con ayuda en lugar de pagarle con daño. Entonces el ciclo se romperá.
Devala asintió dudosamente a la vez que subía a su carromato. Creía lo que el monje le había dicho, pero no veía como iba a tener la oportunidad de seguir sus consejos. ¿Cómo iba a ser posible que él, un pobre campesino, pudiese ayudar a un hombre tan rico? Invitó a Narada a sentarse junto a él y tomó las riendas del caballo.
El caballo apenas había empezado a caminar cuando se paró de repente.
—¡Una serpiente en la carretera! —gritó Devala—. Pero Narada, mirando más atentamente, vio que no era una serpiente, sino una bolsa. Bajó del carro y la recogió. Era muy pesada pues estaba llena de oro.
—La reconozco. Pertenece a Pandú, el joyero —dijo el monje—. La llevaba entre sus piernas en el carruaje. Debe habérsele caído al abrir la puerta para intentar a verte. ¿No te dije que su destino estaba unido al tuyo?
Dándole la bolsa a Devala le dijo:
—Aquí tienes la oportunidad de cortar las ataduras de violencia y venganza que te atan al joyero. Cuando lleguemos a Varanasi, vete a la posada donde se hospeda y devuélvele el dinero. Él pedirá perdón por lo que te hizo, pero tú dile que no guardas ningún rencor y que le deseas lo mejor. Y escucha atentamente, vosotros dos sois muy parecidos, y ambos prosperaréis o fracasaréis juntos dependiendo de vuestras acciones.
Devala obró según las instrucciones del monje. No tenía ningún deseo de quedarse con el dinero. Sólo deseaba pagar su deuda kármica con el joyero. Al anochecer, cuando llegaron a Varanasi, fue a la posada donde los hombres ricos solían hospedarse y pidió ver a Pandú.
—¿Y quién debo decir que quiere verlo? —dijo el posadero mirando con desdén la vestimenta del agricultor.
—Dígale que un amigo ha venido a verlo —contestó Devala.
En unos minutos, Pandú entró en la habitación donde Devala estaba esperando. Cuando Pandú vio al campesino ofrecerle su bolsa, se quedó sin habla, lleno de sorpresa, vergüenza, y también alivio. Pero al momento que se reaccionó, salió corriendo de la habitación gritando:
—Parad, parad de golpearle.
Devala había oído quejidos provenientes de una habitación contigua. Pensaba que habría alguien agonizando de fiebre. Al poco, un hombre alto y corpulento entró con su espalda desnuda cubierta de sangre, y amoratada como consecuencia de los golpes recibidos. Era Mahaduta, el esclavo del joyero. Un oficial de policía lo seguía con un látigo en una mano y un palo en la otra.
Al ver a Devala, Mahaduta se sorprendió y dijo:
—Mi amable amo pensó que le había robado la bolsa. Hizo que me golpearan para que confesase. Este es mi castigo por hacerte daño siguiendo sus órdenes.
Y a trompicones y sin dirigir palabra a su amo, salió fuera y se perdió en la noche. Pandú lo vio irse, pensando que debía decir algo. Pero era demasiado orgulloso para pedir el perdón de un esclavo, especialmente delante de otra gente.
Capítulo 5
El agricultor pagó de vuelta las malas acciones del joyero y el malentendido se solucionó.
El joyero no había tenido la oportunidad de saludar a Devala, ni de coger su bolsa. Justo cuando iba a hablar, un hombre corpulento vestido con ricas sedas entró en la habitación gritando:
—Pandú, me contaron lo que ha pasado. La rueda de la fortuna gira y gira, ¿no es así? Hace diez minutos parecía que ambos estábamos arruinados y ahora todo vuelve a estar bien. Venga, toma la bolsa, por lo que más quieras, y dale las gracias a este buen hombre.
Pandú tomó la bolsa e inclinó su cabeza ligeramente hacia el agricultor:
—Yo me porté mal contigo y como pago tú me has ayudado. No se cómo podré pagarte por lo que has hecho.
—¿Cómo? ¡Dale una recompensa, Pandú! —el hombre gordo chilló—. ¡Recompénsalo!
Inclinándose hacia Pandú, Devala dijo:
—Te he perdonado y no necesito ninguna recompensa. Si no hubieses ordenado a tu esclavo volcar mi carro, posiblemente nunca habría tenido la oportunidad de conocer al Venerable Narada, ni de oír sus enseñanzas, las cuales me han beneficiado más que cualquier cantidad de dinero. He tomado la resolución de nunca volver a dañar a otro ser vivo, ya que no quiero que me vuelvan a suceder calamidades como consecuencia de ello. Esta resolución ha hecho que me sienta seguro y en control de mi vida de una manera que nunca antes había sentido.
—¡Narada! —dijo Pandú—. ¡Así que él te ha enseñado! Él me instruyó a mí también pero me temo que no escuché muy bien... Toma esto, buen hombre—. Y dio a Devala varias piezas de oro de su bolsa. —Y dime, ¿sabes dónde se hospeda el Venerable Maestro del Dharma en Varanasi?
—Sí, lo acabo de dejar en el monasterio que hay junto a la entrada Oeste de la ciudad —Devala contestó—. De hecho, él me dijo que era posible que tú quisieses verlo. Me pidió que te dijese que puedes visitarlo mañana por la tarde.
Pandú se inclinó de nuevo, esta vez con mayor dignidad y reverencia.
—Ahora sí que tengo una verdadera deuda contigo —dijo Pandú—. Y también creo en algo que Narada me dijo. Él dijo que tú y yo fuimos parientes en vidas previas y que nuestros destinos discurren juntos. Parece que hasta hemos encontrado al mismo maestro.
El hombre gordo había estado escuchando impacientemente.
—Sí, sí, toda esta cháchara filosófica está muy bien —dijo alzando la voz—, ¡pero ahora hablemos de negocios!
Y girándose hacia Devala continuó:
—Deja que me presente, soy Mallika el banquero, amigo de Pandú. Tengo un contrato con el secretario del rey para proveer el mejor arroz para su cocina, pero hace tres días, mi competidor, deseando mi fracaso frente al rey, compró todo el arroz en Varanasi. Si no hago la entrega mañana estaré arruinado. Pero ahora, amigo mío, tú estás aquí, ¡y eso es lo que importa! ¿Es tu arroz de primera calidad? ¿Fue dañado por el idiota de Mahaduta? ¿Cuánto arroz tienes? ¿Tienes un acuerdo para venderlo? ¡Habla!
Sonriendo ante la impaciencia del banquero, Devala contestó:
—He traído mil quinientas libras de arroz de primera calidad. Sólo uno de los sacos se mojó un poco en el barro. No tengo nada apalabrado y tenía previsto llevarlo al mercado mañana por la mañana.
—¡Espléndido! ¡Espléndido! ¿Al mercado dices? —Mallika exclamó frotándose las manos—. Supongo que aceptarás el triple de lo que obtendrías en el mercado, ¿no?
—Lo aceptaré —respondió Devala.
—Claro que sí —dijo el banquero.
Llamó a sus sirvientes e hizo que descargaran el carro de Devala inmediatamente, y se dispuso a pagarle generosamente. Al mismo tiempo que contaba y ponía las monedas de oro en las manos de Devala, le dijo a Pandú:
—Un hombre nunca sabe de dónde vendrá la ayuda cuando la necesita. Nunca pierdas la esperanza, pues la vida es un maravilloso misterio, ¿no?... Y esto completa el pago.
—¡No lo malgastes en el juego! —dijo Mallika a Devala—. Mientras se retiraba riéndose para continuar con su cena.
Devala no tenía intención de gastárselo en juegos o apuestas. Él ya había tomado la resolución de ir al monasterio donde el Venerable Narada vivía y ofrecer la mitad de su beneficio a la Triple Joya. El resto se lo llevó a su casa y lo gastó con cuidado a medida que lo necesitaba. A partir de ese día vivió prósperamente. Debido a su honestidad y sabiduría la gente de su pueblo llegó a considerarlo como su líder.
—Todavía tienes muchas dudas y preferiría no darte la explicación completa de lo que pides, pues no la aceptarías. Tu fe no es tan completa como la del agricultor Devala, así que aún tendrás que pasar más pruebas antes de poder convertirte en un verdadero discípulo de Buda.
—Venerable Maestro del Dharma —dijo Pandú humildemente—. Le imploro que me lo explique, pues así podré seguir mejor sus sabios consejos.
—Muy bien —dijo el monje—. Recuerda lo que te voy a decir y reflexiona bien sobre ello. En el futuro podrás llegar a comprenderlo. Te he explicado ya como todos y cada uno de nosotros crea su propio destino en función de lo que hace. Tu amigo rico, Mallika, por ejemplo, tiene muchas bendiciones, aunque muy poca sabiduría. Cree que la rueda de la fortuna, como él la llama, da vueltas y vueltas misteriosamente. Pero no hay misterio alguno. Su prosperidad y felicidad no tienen nada que ver con ninguna fuerza fuera de sus acciones, palabras y pensamientos. Vida tras vida él es rico y feliz simplemente porque vida tras vida él ha sido amable y generoso. Yo no creo que él hubiese tratado a ningún esclavo del modo en que tú trataste a Mahaduta.
—Es cierto —dijo Pandú—. Intentó frenarme. Pero yo estaba furioso y no lo escuché.
—Sí —dijo Narada asintiendo—.Y no pienses que estás libre de la deuda contraída con Mahaduta por haber hecho que lo apaleasen de un modo tan cruel y sin razón. No pienses que tú estás solo en este mundo, o que tus acciones no tienen consecuencias. Recuerda que tarde o temprano cada una de tus acciones, ya sean buenas o malas, grandes o pequeñas, te será devuelta del mismo modo y en la cantidad exacta. De ahí el dicho: “Planta legumbres y cosechará legumbres; planta melones y cosechará melones”. La bondad produce cosas buenas, mientras que la maldad trae consigo cosas malas. Trata a todas las criaturas vivas del mismo modo que a ti te gustaría ser tratado. Es verdad que tú no eres distinto del resto. Estás hecho de la misma sustancia básica que el resto de seres vivos; por eso, en cada una de tus acciones y pensamientos, estás relacionado con el resto de seres vivos de un modo incluso más íntimo que la relación que existe entre los órganos de tu cuerpo.
—Si realmente puedes comprender esto en tu corazón —continuó Narada—, ya no tendrás más deseos de causar daño a otros seres vivos, porque comprenderás que ellos son iguales a tí. Sentirás sus sufrimientos como los tuyos propios, y siempre intentarás ayudarlos. Deja que este verso te sirva de guía:
Aquel que causa daño a otros se daña a sí mismo;
Aquel que ayuda a otros se ayuda a sí mismo aún más.
Para encontrar el Camino puro, el Sendero de Luz,
Abandona la falsedad de que tienes un ego.
Pandú se levantó y se postró tres veces ante el Maestro del Dharma, algo que nunca antes había hecho con nadie. Entonces dijo:
—No olvidaré tus palabras, Maestro del Dharma. Voy a establecer un monasterio en mi ciudad natal Kaushambi, para que la gente de allí tenga la oportunidad de escuchar este Dharma tan maravilloso. Sólo espero que el Maestro del Dharma, con su compasión, me ayude a completar este voto que ahora hago.
Los años pasaron y Pandú, el joyero, prosperó. Tomó refugio con Narada y se convirtió en su discípulo, y fue uno de los que dio más donaciones y ofreció protección al monasterio de Kaushambi, que él mismo había ayudado a que Narada fundase. Siempre que podía poner aparte sus negocios, iba a escuchar las lecturas y explicaciones de los Sutras que daba el monje Panthaka, abad del monasterio y discípulo veterano de Narada. Pandú siempre estaba dispuesto a recibir las instrucciones de Narada cuando éste visitaba la ciudad, pero luego nunca ponía las enseñanzas que oía en práctica. Él pensaba que la cultivación era cosa de monjes, y sus negocios lo mantenían demasiado ocupado.
Capítulo1
Un rico joyero invitó a un monje a viajar con él y tuvo la oportunidad de oír el Dharma.
Un rico joyero invitó a un monje a viajar con él y tuvo la oportunidad de oír el Dharma.
Hace mucho tiempo, en la India, vivió un joyero muy rico, de nombre Pandú. Cierto día en que se dirigía en su carruaje hacia la ciudad de Varanasi, Pandú se regocijaba por la bonanza del tiempo, recién refrescado por una tormenta, y sobre todo por el dinero que iba a conseguir al día siguiente vendiendo las joyas en el mercado.
Mirando hacia adelante, Pandú observó un monje caminando lentamente por un lado de la carretera. El monje caminaba con pasos firmes y espalda erguida; había algo en él que irradiaba paz y fortaleza interior. Pandú pensó: “Si ese monje va a Varanasi, le pediré si quiere viajar conmigo. Parece un santo y yo he oído que la compañía de hombres santos siempre trae buena suerte”. Así que dio órdenes a su fortachón esclavo, llamado Mahaduta, de parar los caballos.
—Venerable Maestro del Dharma —dijo Pandú, abriendo la puerta de su carruaje—. ¿Puedo ofrecerle transporte hasta Varanasi?
—Viajaré contigo —contestó el monje—, si comprendes que no puedo pagarte, pues no tengo posesiones materiales. Lo único que puedo ofrecerte es Dharma.
—Acepto sus condiciones —dijo el joyero, que siempre pensaba como si estuviese negociando. Y así invitó al monje a entrar en su carruaje.
Durante el viaje, el monje, cuyo nombre era Narada, le habló del karma, que es la ley de causa y efecto.
—La gente crea sus propios destinos a través de sus acciones— dijo Narada—. Buenas acciones generan de un modo natural buena fortuna, mientras que quienes cometen maldades acaban pagando por ellas tarde o temprano.
Pandú se encontraba a gusto con su compañero. Le gustaba oír cosas con sentido, pues él era un hombre muy práctico, y también tenía raíces buenas y profundas en el Dharma, ¡aunque esto último él no lo sabía!
Capítulo 2
El joyero ordena a su esclavo volcar un carromato cargado de arroz, y el Maestro del Dharma se lo reprocha sin éxito.
El joyero ordena a su esclavo volcar un carromato cargado de arroz, y el Maestro del Dharma se lo reprocha sin éxito.
Pandú, el joyero, interrumpió ásperamente a Narada cuando su carruaje se paró en mitad de la carretera.
—¿Qué ocurre? —gritó irritado a su esclavo Mahaduta—. ¡No hay tiempo que perder! Varanasi estaba aún diez millas de distancia, y el sol se estaba poniendo por el Oeste.
—Es el carromato de un estúpido agricultor en medio de la carretera —vociferó el esclavo.
El monje y el joyero abrieron las puertas del carruaje y se asomaron para ver lo que ocurría. Un poco más adelante, y bloqueando la carretera, había un carromato cargado de sacos de arroz. La rueda derecha yacía averiada en una zanja. El agricultor estaba sentado en el suelo intentando reparar una pezonera rota.
—¡Yo no puedo esperar! ¡Mahaduta! —gritó Pandú—. ¡Aparta su carromato!
El campesino se levantó de un salto para protestar y Narada se volvió hacia Pandú para pedirle que pensase otro modo de resolver la situación. Pero antes de que nadie pudiese decir una palabra, el fortachón Mahaduta ya había saltado de su asiento, y arremetiendo contra el carromato del agricultor, lo empujó dentro de la zanja. Varios sacos de arroz cayeron en el barro. El agricultor se fue corriendo y chillando hacia Mahaduta, pero se frenó al darse cuenta de que el esclavo le doblaba en tamaño y fuerza. Sonriendo maliciosamente, Mahaduta levantó su puño; estaba claro que habría disfrutado dando una paliza al campesino si su amo no tuviese tanta prisa. Al mismo tiempo que el esclavo volvía a su asiento y retomaba las riendas del carruaje, el monje se bajó a la carretera, y dirigiéndose a Pandú le dijo:
—Estoy descansado y en deuda contigo por haberme llevado durante una hora, y qué mejor modo de saldar esta deuda que ayudando a este desafortunado agricultor al que tú has maltratado. Al hacerle daño, puedes dar por seguro que un daño similar te ocurrirá a ti. Así que, tal vez, si le ayudo puedo hacer que tu deuda con él no sea tan grave. Puesto que además el agricultor fue un familiar tuyo en una vida previa, tu karma y el suyo están atados de una manera mucho más fuerte de lo normal.
El joyero estaba sorprendido. No estaba acostumbrado a que lo regañaran, ni siquiera con la amabilidad con que el monje lo había hecho. Pero lo que más le molestó fue la idea de que él, Pandú, un joyero con grandes riquezas, pudiese estar de algún modo relacionado con un agricultor del arroz. —¡Eso es imposible! —replicó a Narada.
Narada esbozó una sonrisa y dijo:
—A veces la gente más inteligente no alcanza a reconocer las verdades más básicas de la vida. Pero yo intentaré protegerte contra el daño que te has hecho a ti mismo.
Molesto por estas palabras, Pandú hizo una señal vehemente con su mano para que el esclavo pusiese el carruaje en marcha.
Capítulo 3
Al oír el Dharma, el agricultor comprendió la ley de causa y efecto.
Al oír el Dharma, el agricultor comprendió la ley de causa y efecto.
Devala, el agricultor, ya se había sentado de nuevo en el suelo, a un lado de la carretera, intentando reparar de nuevo la rueda. Narada lo saludó inclinando su cabeza y empezó a empujar el carromato fuera de la zanja. Devala se levantó de un salto para ayudarlo, pero se dio cuenta de que el monje tenía mucha más fuerza de lo que se podía esperar de una persona de complexión tan ligera. El carromato estaba de nuevo en la carretera incluso antes de que Devala la hubo cruzado. “Este monje debe ser un santo”, pensó Devala en silencio. “Dioses y espíritus, invisibles protectores del Dharma, deben ayudarlo. Tal vez él pueda explicarme por qué hoy mi suerte ha dado un giro a peor”.
Los dos hombres cargaron los sacos de arroz que Mahaduta había tirado en la zanja, y entonces, al mismo tiempo que Devala se sentaba de nuevo a arreglar la rueda, preguntó:
—Venerable Maestro del Dharma, ¿puede explicarme por qué he tenido que sufrir semejante injusticia por parte de ese rico tan arrogante a quien nunca había visto antes? ¿Es esto razonable?
Narada contestó:
—Lo que has sufrido hoy no es realmente una injusticia. Has recibido el pago exacto por el daño que tú causaste al joyero en una vida previa.
El agricultor dijo asintiendo:
—He oído a gente decir este tipo de cosas antes, pero nunca he sabido si creerlas o no.
—No es algo muy difícil de creer— dijo el monje—. Nos convertimos en lo que hacemos. Si haces buenas cosas, serás Buena persona de un modo natural, y cosas buenas le ocurrían naturalmente. Lo mismo sucede con las maldades. Actos malvados crean malas personalidades y vidas desafortunadas. Todas las cosas que has pensado, dicho y hecho crean la clase de persona que eres ahora, y también contienes las semillas de lo que serás en el futuro. Esta es la ley de causa y efecto, la ley del karma.
—Tal vez sea así— dijo Devala—, pero yo no soy una mala persona, y ¡mira lo que me ha ocurrido hoy!
Narada le preguntó:
—Sin embargo, ¿no es cierto que tú habrías hecho lo mismo al joyero si él hubiese sido el que bloquease la carretera y tú el que llevase un conductor tan bravucón?
Las palabras del monje hicieron que Devala enmudeciese. Se dio cuenta de que hasta el momento en que Narada apareció para ayudarlo, su mente había estado llena de pensamientos de venganza. Exactamente lo que Narada había dicho es lo que él había estado pensando: “Ojalá hubiese sido él quien volcase el carruaje del joyero para después poder reanudar el viaje con orgullo mientras el ricachón se quedaba revolcado en el lodo”.
—Sí, Maestro del Dharma —admitió—. Es verdad.
Los dos hombres permanecieron en silencio hasta que la pezonera estaba lista y la rueda montada de nuevo en el carromato. El campesino seguía cavilando en las palabras del monje. Aunque Devala no había ido nunca a la escuela, él era un hombre muy pensativo y siempre intentaba descubrir el porqué de las cosas y las razones detrás de los sucesos.
De repente dijo:
—¡Pero esto es terrible! Ahora que el joyero me ha hecho daño, yo tendré que hacerle algo malo a él. Entonces él me lo devolverá, y yo volveré a herirle. ¡Y esto nunca acabará!
—No, no tiene por qué ser así —dijo Narada—. La gente tiene el poder de hacer cosas buenas y cosas malas. Encuentra un modo de pagar a este joyero tan orgulloso con ayuda en lugar de pagarle con daño. Entonces el ciclo se romperá.
Devala asintió dudosamente a la vez que subía a su carromato. Creía lo que el monje le había dicho, pero no veía como iba a tener la oportunidad de seguir sus consejos. ¿Cómo iba a ser posible que él, un pobre campesino, pudiese ayudar a un hombre tan rico? Invitó a Narada a sentarse junto a él y tomó las riendas del caballo.
El caballo apenas había empezado a caminar cuando se paró de repente.
—¡Una serpiente en la carretera! —gritó Devala—. Pero Narada, mirando más atentamente, vio que no era una serpiente, sino una bolsa. Bajó del carro y la recogió. Era muy pesada pues estaba llena de oro.
—La reconozco. Pertenece a Pandú, el joyero —dijo el monje—. La llevaba entre sus piernas en el carruaje. Debe habérsele caído al abrir la puerta para intentar a verte. ¿No te dije que su destino estaba unido al tuyo?
Dándole la bolsa a Devala le dijo:
—Aquí tienes la oportunidad de cortar las ataduras de violencia y venganza que te atan al joyero. Cuando lleguemos a Varanasi, vete a la posada donde se hospeda y devuélvele el dinero. Él pedirá perdón por lo que te hizo, pero tú dile que no guardas ningún rencor y que le deseas lo mejor. Y escucha atentamente, vosotros dos sois muy parecidos, y ambos prosperaréis o fracasaréis juntos dependiendo de vuestras acciones.
Capítulo 4
Golpeado cruelmente y sin razón, el esclavo escapa enfadado.
Golpeado cruelmente y sin razón, el esclavo escapa enfadado.
Devala obró según las instrucciones del monje. No tenía ningún deseo de quedarse con el dinero. Sólo deseaba pagar su deuda kármica con el joyero. Al anochecer, cuando llegaron a Varanasi, fue a la posada donde los hombres ricos solían hospedarse y pidió ver a Pandú.
—¿Y quién debo decir que quiere verlo? —dijo el posadero mirando con desdén la vestimenta del agricultor.
—Dígale que un amigo ha venido a verlo —contestó Devala.
En unos minutos, Pandú entró en la habitación donde Devala estaba esperando. Cuando Pandú vio al campesino ofrecerle su bolsa, se quedó sin habla, lleno de sorpresa, vergüenza, y también alivio. Pero al momento que se reaccionó, salió corriendo de la habitación gritando:
—Parad, parad de golpearle.
Devala había oído quejidos provenientes de una habitación contigua. Pensaba que habría alguien agonizando de fiebre. Al poco, un hombre alto y corpulento entró con su espalda desnuda cubierta de sangre, y amoratada como consecuencia de los golpes recibidos. Era Mahaduta, el esclavo del joyero. Un oficial de policía lo seguía con un látigo en una mano y un palo en la otra.
Al ver a Devala, Mahaduta se sorprendió y dijo:
—Mi amable amo pensó que le había robado la bolsa. Hizo que me golpearan para que confesase. Este es mi castigo por hacerte daño siguiendo sus órdenes.
Y a trompicones y sin dirigir palabra a su amo, salió fuera y se perdió en la noche. Pandú lo vio irse, pensando que debía decir algo. Pero era demasiado orgulloso para pedir el perdón de un esclavo, especialmente delante de otra gente.
Capítulo 5
El agricultor pagó de vuelta las malas acciones del joyero y el malentendido se solucionó.
El joyero no había tenido la oportunidad de saludar a Devala, ni de coger su bolsa. Justo cuando iba a hablar, un hombre corpulento vestido con ricas sedas entró en la habitación gritando:
—Pandú, me contaron lo que ha pasado. La rueda de la fortuna gira y gira, ¿no es así? Hace diez minutos parecía que ambos estábamos arruinados y ahora todo vuelve a estar bien. Venga, toma la bolsa, por lo que más quieras, y dale las gracias a este buen hombre.
Pandú tomó la bolsa e inclinó su cabeza ligeramente hacia el agricultor:
—Yo me porté mal contigo y como pago tú me has ayudado. No se cómo podré pagarte por lo que has hecho.
—¿Cómo? ¡Dale una recompensa, Pandú! —el hombre gordo chilló—. ¡Recompénsalo!
Inclinándose hacia Pandú, Devala dijo:
—Te he perdonado y no necesito ninguna recompensa. Si no hubieses ordenado a tu esclavo volcar mi carro, posiblemente nunca habría tenido la oportunidad de conocer al Venerable Narada, ni de oír sus enseñanzas, las cuales me han beneficiado más que cualquier cantidad de dinero. He tomado la resolución de nunca volver a dañar a otro ser vivo, ya que no quiero que me vuelvan a suceder calamidades como consecuencia de ello. Esta resolución ha hecho que me sienta seguro y en control de mi vida de una manera que nunca antes había sentido.
—¡Narada! —dijo Pandú—. ¡Así que él te ha enseñado! Él me instruyó a mí también pero me temo que no escuché muy bien... Toma esto, buen hombre—. Y dio a Devala varias piezas de oro de su bolsa. —Y dime, ¿sabes dónde se hospeda el Venerable Maestro del Dharma en Varanasi?
—Sí, lo acabo de dejar en el monasterio que hay junto a la entrada Oeste de la ciudad —Devala contestó—. De hecho, él me dijo que era posible que tú quisieses verlo. Me pidió que te dijese que puedes visitarlo mañana por la tarde.
Pandú se inclinó de nuevo, esta vez con mayor dignidad y reverencia.
—Ahora sí que tengo una verdadera deuda contigo —dijo Pandú—. Y también creo en algo que Narada me dijo. Él dijo que tú y yo fuimos parientes en vidas previas y que nuestros destinos discurren juntos. Parece que hasta hemos encontrado al mismo maestro.
Capítulo 6
La buena fortuna llega al agricultor como recompensa por su buena acció
n. La buena fortuna llega al agricultor como recompensa por su buena acció
El hombre gordo había estado escuchando impacientemente.
—Sí, sí, toda esta cháchara filosófica está muy bien —dijo alzando la voz—, ¡pero ahora hablemos de negocios!
Y girándose hacia Devala continuó:
—Deja que me presente, soy Mallika el banquero, amigo de Pandú. Tengo un contrato con el secretario del rey para proveer el mejor arroz para su cocina, pero hace tres días, mi competidor, deseando mi fracaso frente al rey, compró todo el arroz en Varanasi. Si no hago la entrega mañana estaré arruinado. Pero ahora, amigo mío, tú estás aquí, ¡y eso es lo que importa! ¿Es tu arroz de primera calidad? ¿Fue dañado por el idiota de Mahaduta? ¿Cuánto arroz tienes? ¿Tienes un acuerdo para venderlo? ¡Habla!
Sonriendo ante la impaciencia del banquero, Devala contestó:
—He traído mil quinientas libras de arroz de primera calidad. Sólo uno de los sacos se mojó un poco en el barro. No tengo nada apalabrado y tenía previsto llevarlo al mercado mañana por la mañana.
—¡Espléndido! ¡Espléndido! ¿Al mercado dices? —Mallika exclamó frotándose las manos—. Supongo que aceptarás el triple de lo que obtendrías en el mercado, ¿no?
—Lo aceptaré —respondió Devala.
—Claro que sí —dijo el banquero.
Llamó a sus sirvientes e hizo que descargaran el carro de Devala inmediatamente, y se dispuso a pagarle generosamente. Al mismo tiempo que contaba y ponía las monedas de oro en las manos de Devala, le dijo a Pandú:
—Un hombre nunca sabe de dónde vendrá la ayuda cuando la necesita. Nunca pierdas la esperanza, pues la vida es un maravilloso misterio, ¿no?... Y esto completa el pago.
—¡No lo malgastes en el juego! —dijo Mallika a Devala—. Mientras se retiraba riéndose para continuar con su cena.
Devala no tenía intención de gastárselo en juegos o apuestas. Él ya había tomado la resolución de ir al monasterio donde el Venerable Narada vivía y ofrecer la mitad de su beneficio a la Triple Joya. El resto se lo llevó a su casa y lo gastó con cuidado a medida que lo necesitaba. A partir de ese día vivió prósperamente. Debido a su honestidad y sabiduría la gente de su pueblo llegó a considerarlo como su líder.
Capítulo 7
Estamos estrechamente relacionados con el resto de seres vivos.
Al día siguiente por la tarde, Pandú fue al monasterio junto a la entrada Oeste de la ciudad. Narada lo recibió en la sala de huéspedes. Después de haber oído al joyero contar lo acontecido en la posada, el monje le dijo: Estamos estrechamente relacionados con el resto de seres vivos.
—Todavía tienes muchas dudas y preferiría no darte la explicación completa de lo que pides, pues no la aceptarías. Tu fe no es tan completa como la del agricultor Devala, así que aún tendrás que pasar más pruebas antes de poder convertirte en un verdadero discípulo de Buda.
—Venerable Maestro del Dharma —dijo Pandú humildemente—. Le imploro que me lo explique, pues así podré seguir mejor sus sabios consejos.
—Muy bien —dijo el monje—. Recuerda lo que te voy a decir y reflexiona bien sobre ello. En el futuro podrás llegar a comprenderlo. Te he explicado ya como todos y cada uno de nosotros crea su propio destino en función de lo que hace. Tu amigo rico, Mallika, por ejemplo, tiene muchas bendiciones, aunque muy poca sabiduría. Cree que la rueda de la fortuna, como él la llama, da vueltas y vueltas misteriosamente. Pero no hay misterio alguno. Su prosperidad y felicidad no tienen nada que ver con ninguna fuerza fuera de sus acciones, palabras y pensamientos. Vida tras vida él es rico y feliz simplemente porque vida tras vida él ha sido amable y generoso. Yo no creo que él hubiese tratado a ningún esclavo del modo en que tú trataste a Mahaduta.
—Es cierto —dijo Pandú—. Intentó frenarme. Pero yo estaba furioso y no lo escuché.
—Sí —dijo Narada asintiendo—.Y no pienses que estás libre de la deuda contraída con Mahaduta por haber hecho que lo apaleasen de un modo tan cruel y sin razón. No pienses que tú estás solo en este mundo, o que tus acciones no tienen consecuencias. Recuerda que tarde o temprano cada una de tus acciones, ya sean buenas o malas, grandes o pequeñas, te será devuelta del mismo modo y en la cantidad exacta. De ahí el dicho: “Planta legumbres y cosechará legumbres; planta melones y cosechará melones”. La bondad produce cosas buenas, mientras que la maldad trae consigo cosas malas. Trata a todas las criaturas vivas del mismo modo que a ti te gustaría ser tratado. Es verdad que tú no eres distinto del resto. Estás hecho de la misma sustancia básica que el resto de seres vivos; por eso, en cada una de tus acciones y pensamientos, estás relacionado con el resto de seres vivos de un modo incluso más íntimo que la relación que existe entre los órganos de tu cuerpo.
—Si realmente puedes comprender esto en tu corazón —continuó Narada—, ya no tendrás más deseos de causar daño a otros seres vivos, porque comprenderás que ellos son iguales a tí. Sentirás sus sufrimientos como los tuyos propios, y siempre intentarás ayudarlos. Deja que este verso te sirva de guía:
Aquel que causa daño a otros se daña a sí mismo;
Aquel que ayuda a otros se ayuda a sí mismo aún más.
Para encontrar el Camino puro, el Sendero de Luz,
Abandona la falsedad de que tienes un ego.
Pandú se levantó y se postró tres veces ante el Maestro del Dharma, algo que nunca antes había hecho con nadie. Entonces dijo:
—No olvidaré tus palabras, Maestro del Dharma. Voy a establecer un monasterio en mi ciudad natal Kaushambi, para que la gente de allí tenga la oportunidad de escuchar este Dharma tan maravilloso. Sólo espero que el Maestro del Dharma, con su compasión, me ayude a completar este voto que ahora hago.
Capítulo 8
Aunque Pandu estableció el monasterio, él no puso las enseñanzas en práctica.
Aunque Pandu estableció el monasterio, él no puso las enseñanzas en práctica.
Los años pasaron y Pandú, el joyero, prosperó. Tomó refugio con Narada y se convirtió en su discípulo, y fue uno de los que dio más donaciones y ofreció protección al monasterio de Kaushambi, que él mismo había ayudado a que Narada fundase. Siempre que podía poner aparte sus negocios, iba a escuchar las lecturas y explicaciones de los Sutras que daba el monje Panthaka, abad del monasterio y discípulo veterano de Narada. Pandú siempre estaba dispuesto a recibir las instrucciones de Narada cuando éste visitaba la ciudad, pero luego nunca ponía las enseñanzas que oía en práctica. Él pensaba que la cultivación era cosa de monjes, y sus negocios lo mantenían demasiado ocupado.