OJO DE HALCON
Miembro de la Vieja Guardia
Sorpresas,,, que da la vida.
La noche estrellada, conllevaba una brisa tenue y fresca,que te acariciaba el rostro, era una noche de finales de febrero, ya se sentía en el ambiente el característico sabor de los días fríos en esta tierra caliente.
Había decidido salir solo por la mañana del día siguiente.
El objetivo era encontrar un guajolote o pavo ocelado en un lugar donde, en otras ocasiones había tenido encuentros sorpresivos con esta ave mítica.
No era empresa fácil, a pesar de que el clima era bondadoso, siempre la obscura noche, y más aún, los minutos antes del amanecer encierra un misterio incomprensible en estas tierras llenas de historias increíbles y leyendas ancestrales relacionadas con el monte, los grandes árboles de la vegetación tradicional, y los animales que deambulan en los montes profundos de esta selva, que en sí misma encierra grandes y muy arraigadas creencias mitológicas, como los Aluxes o duendes, reales dueños del monte, el venado blanco, el cual es centenario, y jamás nadie lo puede cazar, y que según dicen los viejos, enloquece a los cazadores que osan molestarlo en su paraíso de pastoreo, pues dicen los viejos cazadores, que si te lo encuentras en el monte, es porque ya viajas en otra dimensión, la de los espíritus que caminan hacia el eterno paraíso de caza, del que nadie vuelve jamás.
Muchas leyendas, muchas historias increíbles, que al escucharla de los antiguos, y viejos cazadores, lo que menos deseas, es salir a esos montes, y mucho menos solo, pues un común denominador de estas historias, es el cazador solitario, y nadie quiere ser protagonista de una de estos relatos fantásticos que trascienden por generaciones de cazadores de origen maya.
A pesar de esto, y fiel a mi fe y a mis creencias impuestas por los españoles, decidí embarcarme en una monteada solitaria y nocturna a un paraje lejano, aunque conocido.
El viejo portero del rancho abandonado de los Jiménez, a unos 30 minutos en pick up, tomando el monte desde la carretera costera, hasta el viejo potrero, con su empedrada noria, las albarradas derruidas del viejo corral, el álamo amalgamado en la pedrería de la noria, las sombras nocturnas, los tapa caminos o pájaro pujuy, cuya leyenda es una bella historia dramática de traición y de sacrificio, que encierra una gran lección del trato hacia los amigos.
El viaje era largo desde mi humilde casa, hasta el viejo corral, a las 3 de la nocturna, salí adormilado, abandonando mi fresca hamaca, ya con todo listo en mi vieja troca, enfilé hacia el noroeste, en busca de una aventura más en esta mi adoptiva tierra del faisán y del venado.
Al llegar al lugar donde dejaría la motorizada, la noche era obscura, no había luz lunar en la bóveda celeste, había solamente la magnífica manifestación de la grandeza del universo.
Estrellas y más astros que no entiendo, ni conozco, hacían de esta noche en la selva un motivador de la autoestima, por la bendición única de poder admirar tanta belleza.
Lámpara en mano, rifle al hombro, mi siempre fiel Carrer RWS Tanker 5.5, a full power, y plomos obesos de procedencia coreana.
Al llegar cerca del paraje, caminando lentamente, me acerco tratando de hacer el menor ruido, al viejo corral, alumbrando con mi lámpara de mano, busco un buen lugar entre las piedras de la noria derruida, en lo más alto de esta, para dominar todo el terreno desde mi punto de vigilancia.
El amanecer, indescriptible conjunto de detalles auditivos y visuales, espectáculo único cada día, que llena y sobrepasa el espíritu, pues es un cúmulo de emociones que dejan extasiados tus sentidos.
Llamador en mano, dando tono para atraer un ocelado al viejo corral, sin desfallecer, tratando de escuchar con mi disminuido sentido de la audición, una arremetida o reto de algún emplumado que en su menú matutino tenga planeado visitar las cercanías del paraje que dominaba con mi lente francés, konus de 12 poderes.
Las chachalacas no se dejaron esperar, llegaron por todos los puntos cardinales, como sabiendo que hoy no era con ellas la intención, solo las admiré, y las escuche por su sonoro canto.
Las luces solares ya dominaban el horizonte, ninguna señal de la mítica ave, concentrado en el área de verde zacate Guinea, no veía movimiento manifiesto, más que unos tristes traga moscas que picoteaban sin parar.
Resignado a no ver un ocelado o algo de esa en.....dura, dejo mi escondite y me encaminé a un cercano paraje del rancho, donde un pequeño "ojo de agua" es el atractivo principal.
Al llegar, un gavilán sobre volaba la zona, dominando desde las alturas el panorama completo, haciendo un chirrido de ataque característico.
La niebla abundante, se hacía notar y mojaba levemente mis pestañas, haciéndome lagrimar.
Nada aquí que valiera la caminata de 15 minutos.
De regreso al corral, caminando ya despreocupadamente, disfrutando el ambiente, y sin tener en alerta máxima los sentidos, llego a un punto donde puedo decidir entrar al corral por el portal, que en otro momento fue enrejado, o rodear por una estrecha vereda, para aparecer por arriba en la noria.
Decido ir por la noria.
Al subir, algo en mi interior me decía que fuera con cautela, miro hacia las pencas del zacate Guinea en el corral, y detecto el movimiento característico de un animal de buen tamaño, sin pensarlo, me dejo caer sobre el piso empedrado de la noria, buscando que mi traje camo, el zacate, y el chichibé a medio crecer entre las piedras, cubrieran mi cuerpo delator.
Miro entre las hierbas, y observo que habían más de un cocono entre el centro del corral y la albarrada se enfrente, a unos escasos 30 o 35 mts. de mi incomoda posición actual.
Me arrastro sigilosamente, buscando un claro entre los escasos matorrales que me cubrían, tratando de encontrar un espacio por el que pudiera tener un tiro limpio, y no fallar en la primera y única oportunidad que se me presentaba.
Arrastrándome unos metros, logro un punto ideal, donde una pequeña semi derruida albarrada me servía de apoyo para tirar mamposteado, y además me cubría de manera suficiente para no ser detectado.
Sacó el rifle sobre las piedras, lenta, muy lentamente, ya cargado y sin seguro, solo tenía que apuntarle al más grande, a la cabeza o al buche, y ponerle un plomo dedicado.
Logro que ningún pavo se me altere, ya con el rifle en posición, apunto al más grande, con lentitud, tratando de calmar mi acelerado corazón, y sabiendo que es un ingrediente insustituible en el guiso de un buen disparo cazador.
Meto al pavo en el ocular de mi lente, ubicó en el vértice de este el buche del (plantígrado) plumifero, me sudan las manos y de la cabeza por la gorra me cae en cascada gotas de sudor por la emoción.
Oprimo con lentitud el gatillo para recorrer la primera etapa, y así estar a punto, para que al momento que se quede quieto, suelte el plomo candente con intención mortal.
Él azulado picoteaba nervioso, no dejaba de moverse ni un instante, mi respiración sostenida, empezaba a naufragar en el mar de la desesperación, y la presa no se quedaba quieta. Súbitamente un ave que no alcancé a ver, sobrevoló la zona, lo que hizo que el pavo se detenga y se quedara quieto un instante.
Ahora o nunca.
El disparo retumbó por todo el corral, el revoloteo del pavo al recibir el plomo, hizo que las otras aves dudarán entre quedarse o salir despavoridas, me quedé absorto en la escena, por lo que no reaccioné, cuando quizá tuve oportunidad de sacar otro tiro y hacer doble la cosecha, mi atención estaba en uno solo. Revoloteó un buen rato, yo apuntaba nervioso al ave que se movía cada vez más lentamente, fueron segundos que me parecieron minutos, pero al fin detuvo su danza mortal.
Me prendí un cigarrillo rojo, sin importarme ya quien venga o quien se quede, ya tenía lo que buscaba.
Ahora, solo tenía que arrancar el motor de mi vieja camioneta para regresar a mi base, ya con un pavo en la lista del menú del día,,, un pavo de monte, de bello plumaje, en el lugar de las grandes satisfacciones.
El viejo corral abandonado del rancho de la familia Jiménez.
* se editó del texto origina, la palabra plantígrado, por plumífero, por la acertada observación del compañero venator 67...
La noche estrellada, conllevaba una brisa tenue y fresca,que te acariciaba el rostro, era una noche de finales de febrero, ya se sentía en el ambiente el característico sabor de los días fríos en esta tierra caliente.
Había decidido salir solo por la mañana del día siguiente.
El objetivo era encontrar un guajolote o pavo ocelado en un lugar donde, en otras ocasiones había tenido encuentros sorpresivos con esta ave mítica.
No era empresa fácil, a pesar de que el clima era bondadoso, siempre la obscura noche, y más aún, los minutos antes del amanecer encierra un misterio incomprensible en estas tierras llenas de historias increíbles y leyendas ancestrales relacionadas con el monte, los grandes árboles de la vegetación tradicional, y los animales que deambulan en los montes profundos de esta selva, que en sí misma encierra grandes y muy arraigadas creencias mitológicas, como los Aluxes o duendes, reales dueños del monte, el venado blanco, el cual es centenario, y jamás nadie lo puede cazar, y que según dicen los viejos, enloquece a los cazadores que osan molestarlo en su paraíso de pastoreo, pues dicen los viejos cazadores, que si te lo encuentras en el monte, es porque ya viajas en otra dimensión, la de los espíritus que caminan hacia el eterno paraíso de caza, del que nadie vuelve jamás.
Muchas leyendas, muchas historias increíbles, que al escucharla de los antiguos, y viejos cazadores, lo que menos deseas, es salir a esos montes, y mucho menos solo, pues un común denominador de estas historias, es el cazador solitario, y nadie quiere ser protagonista de una de estos relatos fantásticos que trascienden por generaciones de cazadores de origen maya.
A pesar de esto, y fiel a mi fe y a mis creencias impuestas por los españoles, decidí embarcarme en una monteada solitaria y nocturna a un paraje lejano, aunque conocido.
El viejo portero del rancho abandonado de los Jiménez, a unos 30 minutos en pick up, tomando el monte desde la carretera costera, hasta el viejo potrero, con su empedrada noria, las albarradas derruidas del viejo corral, el álamo amalgamado en la pedrería de la noria, las sombras nocturnas, los tapa caminos o pájaro pujuy, cuya leyenda es una bella historia dramática de traición y de sacrificio, que encierra una gran lección del trato hacia los amigos.
El viaje era largo desde mi humilde casa, hasta el viejo corral, a las 3 de la nocturna, salí adormilado, abandonando mi fresca hamaca, ya con todo listo en mi vieja troca, enfilé hacia el noroeste, en busca de una aventura más en esta mi adoptiva tierra del faisán y del venado.
Al llegar al lugar donde dejaría la motorizada, la noche era obscura, no había luz lunar en la bóveda celeste, había solamente la magnífica manifestación de la grandeza del universo.
Estrellas y más astros que no entiendo, ni conozco, hacían de esta noche en la selva un motivador de la autoestima, por la bendición única de poder admirar tanta belleza.
Lámpara en mano, rifle al hombro, mi siempre fiel Carrer RWS Tanker 5.5, a full power, y plomos obesos de procedencia coreana.
Al llegar cerca del paraje, caminando lentamente, me acerco tratando de hacer el menor ruido, al viejo corral, alumbrando con mi lámpara de mano, busco un buen lugar entre las piedras de la noria derruida, en lo más alto de esta, para dominar todo el terreno desde mi punto de vigilancia.
El amanecer, indescriptible conjunto de detalles auditivos y visuales, espectáculo único cada día, que llena y sobrepasa el espíritu, pues es un cúmulo de emociones que dejan extasiados tus sentidos.
Llamador en mano, dando tono para atraer un ocelado al viejo corral, sin desfallecer, tratando de escuchar con mi disminuido sentido de la audición, una arremetida o reto de algún emplumado que en su menú matutino tenga planeado visitar las cercanías del paraje que dominaba con mi lente francés, konus de 12 poderes.
Las chachalacas no se dejaron esperar, llegaron por todos los puntos cardinales, como sabiendo que hoy no era con ellas la intención, solo las admiré, y las escuche por su sonoro canto.
Las luces solares ya dominaban el horizonte, ninguna señal de la mítica ave, concentrado en el área de verde zacate Guinea, no veía movimiento manifiesto, más que unos tristes traga moscas que picoteaban sin parar.
Resignado a no ver un ocelado o algo de esa en.....dura, dejo mi escondite y me encaminé a un cercano paraje del rancho, donde un pequeño "ojo de agua" es el atractivo principal.
Al llegar, un gavilán sobre volaba la zona, dominando desde las alturas el panorama completo, haciendo un chirrido de ataque característico.
La niebla abundante, se hacía notar y mojaba levemente mis pestañas, haciéndome lagrimar.
Nada aquí que valiera la caminata de 15 minutos.
De regreso al corral, caminando ya despreocupadamente, disfrutando el ambiente, y sin tener en alerta máxima los sentidos, llego a un punto donde puedo decidir entrar al corral por el portal, que en otro momento fue enrejado, o rodear por una estrecha vereda, para aparecer por arriba en la noria.
Decido ir por la noria.
Al subir, algo en mi interior me decía que fuera con cautela, miro hacia las pencas del zacate Guinea en el corral, y detecto el movimiento característico de un animal de buen tamaño, sin pensarlo, me dejo caer sobre el piso empedrado de la noria, buscando que mi traje camo, el zacate, y el chichibé a medio crecer entre las piedras, cubrieran mi cuerpo delator.
Miro entre las hierbas, y observo que habían más de un cocono entre el centro del corral y la albarrada se enfrente, a unos escasos 30 o 35 mts. de mi incomoda posición actual.
Me arrastro sigilosamente, buscando un claro entre los escasos matorrales que me cubrían, tratando de encontrar un espacio por el que pudiera tener un tiro limpio, y no fallar en la primera y única oportunidad que se me presentaba.
Arrastrándome unos metros, logro un punto ideal, donde una pequeña semi derruida albarrada me servía de apoyo para tirar mamposteado, y además me cubría de manera suficiente para no ser detectado.
Sacó el rifle sobre las piedras, lenta, muy lentamente, ya cargado y sin seguro, solo tenía que apuntarle al más grande, a la cabeza o al buche, y ponerle un plomo dedicado.
Logro que ningún pavo se me altere, ya con el rifle en posición, apunto al más grande, con lentitud, tratando de calmar mi acelerado corazón, y sabiendo que es un ingrediente insustituible en el guiso de un buen disparo cazador.
Meto al pavo en el ocular de mi lente, ubicó en el vértice de este el buche del (plantígrado) plumifero, me sudan las manos y de la cabeza por la gorra me cae en cascada gotas de sudor por la emoción.
Oprimo con lentitud el gatillo para recorrer la primera etapa, y así estar a punto, para que al momento que se quede quieto, suelte el plomo candente con intención mortal.
Él azulado picoteaba nervioso, no dejaba de moverse ni un instante, mi respiración sostenida, empezaba a naufragar en el mar de la desesperación, y la presa no se quedaba quieta. Súbitamente un ave que no alcancé a ver, sobrevoló la zona, lo que hizo que el pavo se detenga y se quedara quieto un instante.
Ahora o nunca.
El disparo retumbó por todo el corral, el revoloteo del pavo al recibir el plomo, hizo que las otras aves dudarán entre quedarse o salir despavoridas, me quedé absorto en la escena, por lo que no reaccioné, cuando quizá tuve oportunidad de sacar otro tiro y hacer doble la cosecha, mi atención estaba en uno solo. Revoloteó un buen rato, yo apuntaba nervioso al ave que se movía cada vez más lentamente, fueron segundos que me parecieron minutos, pero al fin detuvo su danza mortal.
Me prendí un cigarrillo rojo, sin importarme ya quien venga o quien se quede, ya tenía lo que buscaba.
Ahora, solo tenía que arrancar el motor de mi vieja camioneta para regresar a mi base, ya con un pavo en la lista del menú del día,,, un pavo de monte, de bello plumaje, en el lugar de las grandes satisfacciones.
El viejo corral abandonado del rancho de la familia Jiménez.
* se editó del texto origina, la palabra plantígrado, por plumífero, por la acertada observación del compañero venator 67...
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