ARMALIDER
Miembro de la Vieja Guardia
La toma de zacatecas
Por Alejandro Rosas
En la madrugada del 17 de junio de 1914, desde Torreón, el general Ángeles comenzó a montar el grueso de su artillería en cinco trenes. A las 8 de la mañana la primera locomotora anunció su partida rumbo a Zacatecas, y con intervalos de 15 minutos salieron las demás. El viaje fue por demás lento y húmedo. La lluvia no dejó de caer sobre la División del Norte pero los villistas iban muy animados: tras varios meses de intensos combates nadie dudaba ya de su poderío. Villa y Ángeles deseaban, por encima de cualquier otra cosa, darle el tiro de gracia al régimen del usurpador Victoriano Huerta.
Ángeles y su gente llegaron a Calera –a 25 kilómetros de Zacatecas- el día 19 por la mañana. Desembarcado el equipo militar, el general tomó su caballo y con una escolta salió a reconocer el terreno, necesitaba establecer posiciones y ubicar los sitios más adecuados para sus piezas de artillería. Se le veía tranquilo cabalgando de un lugar a otro, daba órdenes, tomaba sus binoculares para observar la ciudad de piedra, se detenía un momento y respiraba satisfecho.
El enorme reflector colocado en el punto más alto del cerro de la Bufa iluminaba la ciudad de Zacatecas. La gente comentaba que el general huertista Luis Medina Barrón –oficial a cargo de la defensa de la plaza- lo había mandado traer de Veracruz, para lo cual había sido necesario desmontarlo del faro que se levantaba en el puerto. Los federales lo hacían girar toda la noche tratando de ubicar las posiciones rebeldes y las piezas de artillería de Ángeles. Los desesperados esfuerzos de las tropas de Huerta para defender la plaza no le quitaban el sueño al general. Nada podía ya detener la marcha de la División del Norte.
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Por Alejandro Rosas
“Espero que esta pelea la ganen sus cañones” –le dijo Pancho Villa a Felipe Ángeles mientras se preparaban para marchar con toda la División del Norte sobre Zacatecas. La vieja ciudad colonial era el último bastión del huertismo y su caída significaba el paso franco a la ciudad de México.En la madrugada del 17 de junio de 1914, desde Torreón, el general Ángeles comenzó a montar el grueso de su artillería en cinco trenes. A las 8 de la mañana la primera locomotora anunció su partida rumbo a Zacatecas, y con intervalos de 15 minutos salieron las demás. El viaje fue por demás lento y húmedo. La lluvia no dejó de caer sobre la División del Norte pero los villistas iban muy animados: tras varios meses de intensos combates nadie dudaba ya de su poderío. Villa y Ángeles deseaban, por encima de cualquier otra cosa, darle el tiro de gracia al régimen del usurpador Victoriano Huerta.
Ángeles y su gente llegaron a Calera –a 25 kilómetros de Zacatecas- el día 19 por la mañana. Desembarcado el equipo militar, el general tomó su caballo y con una escolta salió a reconocer el terreno, necesitaba establecer posiciones y ubicar los sitios más adecuados para sus piezas de artillería. Se le veía tranquilo cabalgando de un lugar a otro, daba órdenes, tomaba sus binoculares para observar la ciudad de piedra, se detenía un momento y respiraba satisfecho.
El enorme reflector colocado en el punto más alto del cerro de la Bufa iluminaba la ciudad de Zacatecas. La gente comentaba que el general huertista Luis Medina Barrón –oficial a cargo de la defensa de la plaza- lo había mandado traer de Veracruz, para lo cual había sido necesario desmontarlo del faro que se levantaba en el puerto. Los federales lo hacían girar toda la noche tratando de ubicar las posiciones rebeldes y las piezas de artillería de Ángeles. Los desesperados esfuerzos de las tropas de Huerta para defender la plaza no le quitaban el sueño al general. Nada podía ya detener la marcha de la División del Norte.
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Francisco Villa
Francisco Villa
Aunque su capacidad como estratega estaba demostrada y la mayor parte de las fuerzas se encontraban listas para el combate, Ángeles decidió no iniciar las operaciones sobre Zacatecas. Sus razones eran exclusivamente militares: como general en jefe de la División del Norte, Villa debía dirigir personalmente el ataque. Faltaban por llegar el resto de las tropas y para una batalla de tal magnitud era necesario contar con todos los hombres disponibles. El general sabía por principio que no podía iniciar las hostilidades si no contaba con una reserva de municiones las cuales también venían en camino.
El optimismo acampó con los villistas. Con plena seguridad en la victoria, nadie quería perderse la batalla. Los ya renombrados generales de la División del Norte -Tomás Urbina, Rodolfo Herrero, Severiano Ceniceros, Eugenio Aguirre Benavides, Raúl Madero, José y Trinidad Rodríguez, Rosalío Hernández y Maclovio Herrera- estaban acuartelados con sus brigadas y listos para entrar en acción apoyados por el fuego de la artillería. De un momento a otro se esperaba el arribo del Centauro del Norte.
El optimismo acampó con los villistas. Con plena seguridad en la victoria, nadie quería perderse la batalla. Los ya renombrados generales de la División del Norte -Tomás Urbina, Rodolfo Herrero, Severiano Ceniceros, Eugenio Aguirre Benavides, Raúl Madero, José y Trinidad Rodríguez, Rosalío Hernández y Maclovio Herrera- estaban acuartelados con sus brigadas y listos para entrar en acción apoyados por el fuego de la artillería. De un momento a otro se esperaba el arribo del Centauro del Norte.